Cuando se tiene la dicha de conocer a un hombre talentoso, cercano, íntegro, comprometido, coherente, creíble a manos llenas y con humanidad y don de gentes para regalar, a uno sólo le queda como bien nacido dar las gracias.

Querido José María, ya han pasado veinticinco años desde que, en buena hora, el surrealista Manolo el Camioneta nos presentó y nos hicimos amigos para siempre; hoy estoy (ya me conoces) hechu polvo, pero, aun así, aunque sé que vas a estar conmigo hasta que nos volvamos a encontrar, quiero decirte adiós públicamente, pero no con una copla de las que tanto te gustaban, ni con un poema de Neruda o de Miguel Hernández, ni tampoco con una cita de Casaldáliga, al que tanto admirabas (el pasado 22 de febrero me enseñaste el cariñoso correo que te había enviado); no, Barda, voy a despedirme con Violeta Parra: «Gracias a la vida, que me ha dado tanto», pues ni te imaginas (el grupo de El Bibio, los de Tremañes, Luanco, Pesoz, La Calzada, Mieres, Ribadesella, Carrión y medio Gijón sí lo saben) lo que ha sido disfrutarte. Gracias, amigu del alma, y que descanses en paz.

P. D.: Con motivo de tus treinta años de cura, en una comida en El Riscal, Miguel Mingotes te regaló un pensamiento: «Preséntase el espíritu de Juan XXIII en la iglesia de Fátima y dice: "Bar dales la paz"». A fe que nos la diste.