El domingo 5 de febrero tuvo lugar la Super Bowl que enfrentaba a los Patriots de Boston con los Giants de Nueva York. Ganaron estos últimos. Madonna fue la encargada de amenizar el intermedio con un show de muy padre y señor mío en el que cada cinco minutos había parones. Porque, de todas las emisiones, la Super Bowl es la niña bonita de los publicistas, y los anuncios que se ven durante esas horas pasan por ser los mejores del año.

El petardazo llegó con Clint Eastwood protagonizando el anuncio de Chrysler antes de la actuación de la reina del pop. En él, Eastwood animaba a sus compatriotas a salir de la crisis siguiendo el ejemplo de Detroit, la ciudad del motor, que poco a poco resurge de sus cenizas: «Porque eso es lo que hacemos, encontramos una forma de atravesar las crisis y, si no hay ninguna forma, la creamos».

Estados Unidos es muy criticado por su patriotismo, que identificamos con banderas a las puertas de casas, el canto del himno antes, durante y después de todo tipo de celebraciones o de eventos deportivos y, desafortunadamente, también asociamos a George W. Bush entrando como un elefante en una cacharrería en diversos países del Cercano Oriente y de Oriente Medio.

El patriotismo americano, sin embargo, es escuchar al tío Clint en mitad de la Super Bowl uniendo un símbolo como es la ciudad del motor con la crisis económica y concluir que «también estamos en el intermedio en América, pero la segunda mitad de nuestra historia está a punto de empezar y el mundo oirá el rugido de nuestros motores». ¿Saben qué logra eso? Animar a la sociedad. Porque los americanos, con la mente práctica que poseen, creen que sí, que pueden lograr salir de la crisis si todos se ponen a ello.

Yo, que llevo casi tres años viviendo en este país (aunque, como dicen mis amigos, entre Los Ángeles y Nueva York creo que me he perdido conocer la verdadera América), tengo que volver a casa en abril porque la tierra de los sueños tiene visados de pesadilla. Y lo cierto es que siempre había deseado volver a España... Pero a España no sólo le faltan empleos, subvenciones, alternativas para jóvenes de mi edad que se han ido a buscar trabajo fuera, dinero para educación, cultura, I+D+i, científicos, ahora series de televisión, probablemente cine, jueces justos, políticos incorruptibles, pensiones o discursos como los de Obama. A España ahora le falta ilusión. Le faltan ganas. Le falta esperanza.

Chrysler y su anuncio apelan al núcleo de lo que significa ser americano: podemos con esto. En España, en cuanto nos alejamos de las selecciones, Nadal, Contador o Alonso, parece que no podemos con nada. Hay una nube negra sobre nuestras cabezas que nos impide ver más allá. Intentamos buscar el camino, pero no lo encontramos y andamos dando tumbos, intentando apartar la maleza sin pensar que, en este momento, quizá deberíamos abrir otro camino. Nos enfadamos mucho y con todos. Nos polarizamos, dividimos y gritamos en vez de unirnos, superar las diferencias y pensar que, al menos en este embrollo, caminamos todos juntos.

Aquí tuvimos nuestro anuncio particular -el spot navideño de los humoristas que rendían homenaje a Gila- en el que nos pedían que, ante la que está cayendo, nos sigamos riendo. Y deberíamos, porque a los españoles, que somos de otra pasta, no nos hacen tanto efecto los mensajes dirigidos a los americanos como un tipo hablando por teléfono. Pero el caso es que con la ilusión se nos ha ido también el sentido del humor. Carecemos de ambos y, con ello, falta de todo, principalmente trabajo. Y ése es un problema de todos nosotros, incluidos quienes, como yo, no saben si quieren volver por la falta de perspectivas.

A España le falta ilusión, pero le sobra en abundancia gente que alguna vez tuvo sueños. Igual necesitamos un anuncio de coches en medio del «clásico» para recordárnoslo. Pero ¿no sería bonito que ahora mismo hiciésemos memoria de quiénes quisimos ser y, por un momento, creamos que podemos serlo? Como personas, pero, en esta ocasión y más que nunca, también como país.