Yo he sido toda la vida una fan del Festival de Eurovisión, desde los primeros años y las primeras televisiones, aquéllas en las que a veces se veía pero no se oía y en otras se oía pero no se veía. Mis padres hicieron del festival una institución, lo celebrábamos como si fuera algo personal y familiar. Nos reuníamos toda la familia y mi madre preparaba una cena opípara. Todos votábamos y hacíamos nuestros propios pronósticos.

Cuando me casé, seguí con la tradición, la reunión familiar, la cena y las votaciones. Hubo algunos años en los que los hijos no quisieron ya acompañarnos, pero seguimos haciéndolo con amigos. Ahora sigo intentándolo con mis nietos, este último dos de ellos y uno de mis hijos lo vimos juntos, votamos, bailamos y nos reímos intentando no enfadarnos al final como casi todos los años. Porque ahora Eurovisión es otra cosa, ya no es un festival de canciones para que gane la mejor. Es una competición entre países en la que salen a relucir las relaciones de vecindad entre ellos.

Si lo analizas, es un poco chocante porque naciones como las que pertenecían a la antigua Yugoslavia que se separaron de un tronco común después de una guerra fratricida en la que no predominó precisamente el amor fraterno, ahora se votan unas a las otras como si el amor las hubiera unido. Lo mismo pasa con el bloque griego, turco, maltés y chipriota. Los países escandinavos se dedican a repartir los votos entre ellos, y así sucesivamente. Nosotros no tenemos un bloque como ellos a no ser con Portugal, que, efectivamente, siempre nos da los doce puntos. Así que salimos perdiendo. Las más de las veces la cuestión musical también sale perdiendo, pero la buena vecindad triunfa.

Yo creo que debíamos de dejar de tomarnos en serio este festival; no quiero decir que dejemos de verlo porque siempre es divertido y entretenido. Además los lugares donde se celebra son cada vez mejores y el diseño, la ambientación, los efectos especiales son espectaculares. Pero como vamos sin expectativas, podremos disfrutar sin llevarnos tantos cabreos.

Por ejemplo, este año nos representó Pastora Soler, una cantante de gran reputación, con una voz portentosa y que domina varios registros a la perfección. La canción elegida, «Quédate conmigo», estupenda, y ella la bordó en su actuación. Pero no había nada que hacer.

Primer fallo: se nos bombardeó toda la semana con noticias desde Bakú en las que se aseguraba que estaba entre las cinco primeras en el «ranking» de favoritas y subiendo. Mentira pocha, pero nos lo creímos y nos llevamos más batacazo. Pensar que las bisabuelas rusas quedaron entre las tres primeras me pareció una tomadura de pelo, eran unas señoras graciosísimas que merecían que todos les hubiésemos dado dos o tres puntos por el valor que demostraron, pero estar a punto de ganar está fuera de toda discusión. Que una chica albanesa que se presentó con un pan de la Pola en la cabeza, un vestido imposible, mezcla entre medieval y payaso y que gritaba como una loca quedase entre las primeras, en un puesto mucho mejor que Pastora, inconcebible. Que unos turcos que parecían murciélagos y bailaban como tales nos dejaran atrás, que un señor serbio que cantaba bien pero sin ninguna gracia nos adelantase, una faena.

Me gustó la canción italiana, aunque la cantante era una imitadora de Amy Winehouse y cantaba en inglés. El pobre Engelbert Humperdick parecía una caricatura de sí mismo, un cantante que fue número uno, que era guapísimo y vendió millones de discos, asesinó su canción y, por supuesto, consiguió que el Reino Unido quedase entre las últimas. Había un cantante que era una mezcla de Colin Firth y Edward Norton.

Otra de las cosas que me molestan del festival es que casi todos los cantantes cantan en inglés. Deberían hacerlo en sus propios idiomas, menos mal que nosotros en la cuestión de idioma no hemos claudicado. Me gustó mucho que la representante de Rumanía cantase en castellano una canción muy bonita, alegre y pegadiza que pasó sin pena ni gloria.

La representante de un país nórdico era africana, no lo hizo mal pero no había manera de relacionarla con el país al que representaba. Tampoco la representante de Suecia tenía nada que ver con el país, muy morena y de origen marroquí. Fue la favorita desde el primer momento, «Euphoria». Desde aquí los felicito y me despido de un festival que pasó sin pena ni gloria y que deberíamos replantearnos.