Cuenta el filósofo André Glucksman en una entrevista que Europa es la idea más luminosa del siglo XX, la que nos permitió superar el fascismo y el comunismo dejando atrás 50 millones de muertos sin contar los del gulag. «Europa fue el antídoto y la disidencia, la ruptura de un paradigma, la carta de derechos frente a la revolución armada y la sangre». Mientras ayer leía esta proclama, Francia se debatía en unas elecciones que, por primera vez, no se inclinaban por su actual presidente, Sarkozy. Los franceses miran nuevamente hacia la izquierda socialista encarnada por François Hollande y lo hacen convencidos de que sobre ellos pivota el futuro de la Unión Europea. Curiosamente, nuestro filósofo, otrora defensor de Sarkozy, no encuentra en la izquierda francesa un proyecto que trascienda más allá de París, de manera que no es capaz de asignar a nadie su voto.

Sin embargo, a falta de una segunda vuelta, se evidencia que los franceses se han cansado de ser cómplices de las decisiones adoptadas por la canciller alemana, reducidas a una simple obsesión: la salida de la crisis sólo se conseguirá reduciendo el déficit a cualquier precio o no se conseguirá. Cualquier economista sabe que sin inversión pública ningún país puede crecer. De manera que la política neothacherista de Merkel y Sarkozy sólo conduce a un resquebrajamiento mayor de la economía europea, siguiendo a pies juntillas la metáfora del pez que se muerde la cola: cuanto menor es el gasto público, menor el consumo, mayor la tasa de desempleo y, en consecuencia, el déficit, para lo cual será imprescindible aumentar los impuestos y reducir gasto público.

A la destrucción de la Europa del bienestar social le sigue el desmantelamiento de los derechos individuales a una mera expresión mercantil, castigando la maltrecha carta de derechos humanos que nos protege de la soberbia que reverbera en los gobiernos galvanizados por mayorías absolutas como sucede con el Gobierno de Rajoy. Esta semana se conocía que su ministro del Interior pretende penalizar la resistencia pasiva como delito contra la autoridad, lo que pone de manifiesto el temor de las derechas a cualquier tipo de manifestación organizada que cuestione el Estado. Que nuestra paz no se vea vulnerada por la resistencia, y menos aún, por la resistencia pasiva, es lo que parece haberse discutido en el último consejo de gobierno.

Así las cosas, una victoria socialista en Francia alienta un cambio en Europa. Con un poco de suerte, Hollande tendrá la oportunidad de rebatir a Glucksman y demostrar que su proyecto político pasa por una Europa que sirva de antídoto al neoliberalismo nacionalista que ha infectado a sus Estados. Y eso, querido y desocupado lector, ya es un alivio.