Decidir lo que el ciudadano debe o no debe saber no está precisamente entre las funciones que dignifican al periodismo, por mucho que el auge de internet y las redes sociales, al difundir rumores, bulos, patrañas y noticias de toda índole sin contrastar, nos lleve a reflexionar sobre ello.

La labor fundamental del periodista es ordenar para el lector la información que consigue por medio de sus fuentes o la que le llega por otras vías. Primero verificándola, segundo jerarquizándola en función de su importancia o interés. Probablemente las técnicas han evolucionado debido al cambio tecnológico, al igual que existen diferentes soportes o formatos de la noticia, pero los principios subyacentes para poder contar lo que pasa siguen existiendo: el primer deber del periodista, en cualquier caso, es la comprobación. Y eso no siempre parece estar claro para todos.

La Red tiene agujeros considerables por donde se cuelan las mayores atrocidades sin testar que, a su vez, multiplican su notoriedad al ser difundidas por diferentes usuarios. No hace mucho, el pasado mes de mayo, la página web Izquierda Digital mantuvo colgada una larga carta dirigida al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, falsamente atribuida al escritor José Luis Sampedro, que empezaba de la siguiente manera: «Querido señor Presidente: es usted un hijo de puta. Usted y sus ministros». Y seguía con descalificaciones y un lenguaje impropios de una persona educada y con dos dedos de frente. Tres días después, el propio Sampedro negó categóricamente la autoría. La web acabó por retirar el artículo y publicó un mensaje pidiéndole disculpas por haber cometido el error de propagarla y lamentando la confusión irreparable que había producido al ser difundida con amplitud, principalmente por medio de enlaces de Twitter, donde tampoco nadie se preocupó de verificar si realmente había sido escrita por José Luis Sampedro.

Hace poco menos de un par de años, recibí rebotada por correo electrónico una foto falsamente atribuida a una supuesta directora general del Ministerio de Defensa, supuestamente bajo las órdenes de Carme Chacón, mofándose de su atuendo informal durante una visita de inspección a un supuesto barco de la Armada española, con el objeto inequívoco de desprestigiar a la entonces ministra socialista. La foto circuló por internet con comentarios jocosos y despectivos sobre la improvisación ministerial; sin embargo sólo había que hacer un pequeño esfuerzo para comprobar que el buque militar era argentino, y la desaliñada directora, en el caso que lo fuese, de esa misma nacionalidad.

En el oficio periodístico, los hechos son sagrados. La información está destinada a mantener un equilibro entre novedad, oportunidad, exigencia y decencia. Por eso, los periódicos de siempre se han regido por editores que se encargan de garantizar, en la medida de lo humanamente posible, que se respeten los estándares éticos y no se incurra en difamación. El llamado periodismo ciudadano, practicado en las redes sociales y los blogs, se viene caracterizando, sin embargo, por lo fácil que resulta publicar cualquier cosa y de cualquier manera. Algunas piezas son de elaboración tan apresurada que no pasarían una prueba básica de gramática y redacción. Precisamente, uno de los peligros que acechan en estos momentos a las redacciones de los periódicos es el de contagio, que incluso las páginas más sacrosantas se llenen de errores gramaticales, los publirreportajes disfrazados de noticia o los comunicados de prensa publicados sin editar convenientemente.

Gay Talese, maestro del reportaje del que estos días se publican sus memorias «Vida de un escritor», dijo no hace demasiado que sería trágico que el periodismo se quedara en las redes sociales o en los blogs, convertido en nada en medio del guirigay de internet. Ello y el empeño de los políticos en controlar la información son las dos grandes amenazas para un trabajo que a lo largo de décadas ha contribuido eficazmente a ayudarnos a entender la sociedad en la que vivimos y a denunciar los abusos del poder. Evidentemente, el periodismo de papel no siempre ha acertado en su misión, ha tenido mejores y peores páginas, pero al menos existe esa misión y en ella no está incluida publicar artículos atribuidos falsamente a personas que no los han escrito. Como escribió Walter Lippmann, el oficio de contar lo que sucede tiene que ser algo más que cantar en la ducha del baño o recitar monólogos en el desierto, por estupendos que resulten.