Hablábamos ayer del mesiánico alcalde de Marinaleda (que se parece mucho al Moisés de «Los diez mandamientos»), quien, con los de la su mesnada, asaltaba el martes dos supermercados para llevar a cabo una peculiar «expropiación», de la que sólo se han beneficiado unos cuantos «okupas», colegas, por lo tanto, de sus benefactores. Desmiento, de paso, que en la posguerra se asaltaran comercios, como se dijo en una tertulia televisiva.

La acción ha suscitado comentarios de diferente signo, y también el entusiasmo personal de políticos en ejercicio tan caracterizados como Gaspar Llamazares, quien se manifiesta convencido de que el asalto está permitido por el Código Penal. Un prometedor descubrimiento que puede animar a que se lleven a cabo otros experimentos similares.

El revoltoso alcalde, sedicente émulo de Gandhi -que a la hora de escribir estas líneas sigue libre como un jilguero-, se ha dignado emitir un aviso a la afición en el sentido de que «esto es sólo el principio». Fértil propósito que este comentarista se precia de haber previsto de algún modo en la línea final de la columna anterior. Mientras tanto, Gordillo con su sindicato ha procedido a ocupar un terreno militar.

Las autoridades han cogido con pinzas tan flagrante asunto, pues se proponen tomar declaraciones previas por si se aprecia que hubo delito y en su caso proceda una citación judicial, etcétera? La Policía local, por su parte, aplicaba el lema de la fisiocracia francesa al que aludíamos ayer: «Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même».

Un asunto entrópico, disfrazado de acto «simbólico», convengamos que poco serio e incitador al mimetismo. Y, a la vez, un descrédito para España en el exterior, que tanto nos perjudica en tan delicada situación.

De momento, quien va «de lui même», y tan campante, es el alcalde de Marinaleda. A ver en qué para la cosa.