Que los asturianos sigan utilizando el ferrocarril para las comunicaciones interiores y las interregionales es un milagro. Como si Asturias sufriese una maldición cada vez que se trata de andar entre raíles, todo parece conjurarse en contra de los usuarios. Al despilfarro de vía ancha de la dirección de Feve, mientras el servicio sufría un deterioro galopante y la compañía acumulaba pérdidas millonarias, se une ahora el último despropósito ferroviario: la marcha atrás que hacen los trenes de Renfe en León, una solución provisional que lleva camino de perpetuarse y que supone para los viajeros veinte minutos de propina, como mínimo, en los recorridos hacia la Meseta. Es el precio de las obras públicas cuando se deciden con criterios electoralistas. ¡Y nos quejamos de que no nos toman en serio!

En pleno apogeo de la modernidad, en una era en la que las locomotoras alcanzan por España los 300 kilómetros por hora, los convoyes de Asturias tienen que hacer una maniobra marcha atrás para salir de León. Ni cuando había transbordos forzosos en el trayecto, a comienzos del pasado siglo, ni en los tiempos de aquellas lentísimas unidades que circulaban al paso de un cuadrúpedo, el vituperado «tren burra», estaban obligados a algo tan ridículo. El recorrido en los viajes a Madrid dura veinte minutos más hoy que hace dos años. Decir que las comunicaciones ferroviarias retroceden en el Principado no es una licencia literaria, sino, en sentido estricto, la cruda realidad.

El problema es que los andenes quedaron colocados en un fondo de saco. La solución iba a ser transitoria, condicionada a que la vecina capital levantara una nueva estación de AVE. Estábamos, en cualquier caso, ante un gigantesco castillo en el aire, más de lo mismo de lo que nos ha traído hasta aquí. Un proyecto a muchos años vista asociado en paralelo a la construcción de miles de viviendas y a un hotel de lujo, con poco sentido en los años de la burbuja y que la crisis acaba de llevarse por delante. Si antes de que la Alta Velocidad estuviera próxima a León alguien decidió derribar a toda prisa la vieja terminal y desviar el trazado férreo fue porque además, de rebote, lograba acabar con una de las grandes lacras leonesas: un paso a nivel en el cogollo urbano que seccionaba la ciudad.

Y ahí está el meollo de este asunto. Los leoneses tienen derecho a ver dinamitada su barrera ferroviaria, pero cuando las obras se deciden de cualquier manera para intentar camelar a los votantes suelen terminar en fiascos monumentales. Por un presidente del Gobierno, Zapatero, dispuesto a beneficiar a su comunidad y un alcalde que pretendía entrar en la historia y que le erigieran una estatua -aun eliminando las vías perdió las elecciones-, los asturianos ven alargados innecesariamente sus desplazamientos. Mientras consumaban la cacicada contra Asturias, el presidente regional aquellos días, el socialista Álvarez Areces, sólo tenía ojos para promover planes improductivos aunque faraónicos o para fotografiarse con Brad Pitt en el Niemeyer. Siempre la misma suerte funesta con los últimos gobernantes.

Las «estaciones provisionales» son el símbolo perfecto de un país que vivía en la ilusión de creerse rico. Sólo así puede explicarse que para hacer dos instalaciones de estas características en Gijón y en León -hay muchas más por todo el país-, Fomento invirtiera 45 millones de euros sabiendo de antemano que los tiraba a la basura. Soluciones más baratas había, aunque el dinero llovía del cielo y el derroche a nadie preocupaba. El remedio precario va a durar décadas, convirtiéndose en una trampa.

La estación de Gijón también tiene su guasa. El Ayuntamiento, con Paz F. Felgueroso de alcaldesa, sacó los trenes de una ubicación céntrica con el fin de ganar las vías para especular con edificios, y ahora no hay ni pisos ni viajeros. La caída de usuarios, en especial los de cercanías, ha sido espectacular. Para despropósitos ferroviarios los gijoneses bastante tienen con ese agujero a ninguna parte que el ingenio popular ha bautizado como «el túnel de la risa»: un paso subterráneo de 3,5 kilómetros de Poniente a Viesques, sin salida exterior alguna.

Un túnel en mitad de la nada, listo hace seis años, que costó la friolera de 106 millones de euros y en el que hay que enterrar desde entonces otros 200.000 euros cada ejercicio. De no extraer el agua del interior, acabará inundado. En ese momento además de una obra inútil será inaprovechable. Esta desgracia la deben los asturianos a las obsesiones de Álvarez-Cascos. Siendo ministro, contra el criterio de los técnicos, avaló la excavación para garantizar que la Alta Velocidad, «pasara lo que pasara», llegaría a su ciudad. Sobra adjetivar el resultado: ni hay AVE, ni nadie sabe hoy qué destino darle al agujero, ni qué trenes podrán usarlo. Era la época del descomunal despilfarro en que se ponían en marcha aeropuertos a los que nunca llegarían los aviones, de los puertos sin barcos y, claro, de los túneles sin trenes. Hacer las cosas sin pensar, sin rigor, orillando las verdaderas necesidades y atendiendo a exclusivos intereses personalistas acarrea consecuencias como éstas. Si Cascos construyó un túnel ferroviario sin conectar al resto de la red, sus sucesores socialistas no se dieron ninguna prisa en continuar la obra.

El caso es que, a poco que les mejoren el servicio, los ciudadanos responden. Al mínimo ahorro horario, llenan los trenes. Y en una gestión delirante, cuando las cosas empiezan a ir bien, alguien acaba por estrangularlas. A pesar de invertir 4.000 millones en renovar la línea de Madrid a Gijón, los avances van a quedar comprometidos por el disparate leonés. Por cierto, la Variante lleva tres años calada y sin abrir. La colocación de traviesas no justifica tanta parsimonia. Su entrada en servicio sí que daría un salto cualitativo al ferrocarril asturiano al evitar los 90 túneles decimonónicos del puerto.

Como el político es animal que tropieza cien veces en la misma piedra, vamos camino de repetir el error: primar proyectos en atención al rédito partidista antes que a su rendimiento económico o su eficiencia. Los escasos recursos disponibles están concentrándose en Galicia ante los comicios anticipados. Un rescate a España, que muchos dan por seguro e inminente, limitará durante lustros la disponibilidad de fondos. Sin ideas claras y con gobernantes únicamente atentos a perpetuar su endogamia, todo puede empeorar para Asturias.