Cuando esta tarde-noche, durante la representación de «Werther», de Massenet, en el teatro Campoamor de Oviedo, Charlotte -encarnada por Nancy Fabiola Herrera, una excelente mezzo- cante «por qué los hombres de negro se llevaron a mamá» supongo que un escalofrío recorrerá la espina dorsal del respetable, no tanto por la ternura que inspira la frase, sino por la autopiedad que inducirá inequívocamente en la sala. Es al final del primer acto: todos atentos.

Goethe, y tras él los libretistas de esta ópera -origen alemán y desarrollo francés: como la actual y ruinosa Unión Europea-, plantea un mundo de esclavos: del alcohol, del amor, del deber, de las buenas costumbres... y resuelve de la peor manera para mortificar a los lectores, función que mientras no se demuestre lo contrario es la principal y primordial de cualquier escritor, desde el Génesis hasta nuestros días.

La cuestión, con todo, son los hombres de negro, que tienen una larguísima tradición, sea como enterradores y/o usureros. Tales sujetos nos están prescribiendo ahora recortes por donde no debieran.

Veamos. El coste/hora de los salarios en Noruega está en 44,2 euros, y cifras parecidas en todas las naciones del norte; en Francia, en 34,2 euros, y de igual manera en los Países Bajos; en Alemania, en 30,1 euros, y en España, ¡atención!, en 20,6 euros.

¿Exportamos más que Alemania, mucho más que Francia y no digamos que Noruega y compañía? Evidentemente, no, así que los sueldos altos -relativamente altos- no solo no restan, sino que suman, porque esos asalariados consumen productos de sus países y en último término de las empresas que les dan trabajo.

Pero los hombres de negro, ay, vienen a hacerse con un mercado fantástico que están hundiendo para adquirirlo muy barato.

Cuidado, amigo Goethe, nosotros no somos esclavos, aunque una nube de colaboracionistas nos esté abrasando por orden de Merkel.