«Se puede gobernar España contra Cataluña durante un tiempo corto. Sin Cataluña, durante un cierto tiempo. Se puede gobernar siempre con Cataluña». Estas son palabras que Felipe González pronunció hace ya algunos años.

El «problema catalán» es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular, y seguirá siendo mientras España subsista.

Al problema catalán Ortega y Gasset lo tildaba de nacionalismo particularista; ¿y en qué consiste este tipo de nacionalismo? Pues según el fundador de la «Revista de Occidente», «se trata de un sentimiento que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades». Mientras el resto de pueblos o regiones intentan unirse, fundirse en una gran unidad histórica -de ahí ha surgido Europa como concepto político-administrativo-, estos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos y absortos dentro de sí mismos: poco menos que el ombligo del mundo.

Pero, Sr. Mas: ¿afirmar que hay en Cataluña una tendencia sentimental a vivir aparte quiere decir que los catalanes sientan esa tendencia? De ninguna manera; yo iré más allá: quienes crean este sentimiento son los políticos independentistas, que, día a día, van haciendo una labor de socavamiento del tejido neuronal y del raciocinio de sus ciudadanos.

Sin embargo, a pesar de estas maniobras barriobajeras y fundamentalistas de algunos de sus políticos, muchos catalanes quieren vivir con España. Hay una gran parte que son sinceramente catalanistas, que, en efecto, sienten ese vago anhelo de que Cataluña sea Cataluña. Mas no confundamos las cosas; no, Sr. Mas, muchos catalanistas no quieren vivir aparte de España, no aceptan la política nacionalista. Porque frente a ese sentimiento de una Cataluña que no se siente española, hay otra Cataluña que sí, y además, existe el otro sentimiento del resto de españoles que sienten Cataluña como un ingrediente y trozo esencial de España, de esa gran unidad histórica, de esa comunidad que comparte penas, miserias, pero también alegrías e ilusiones. Si el sentimiento de los unos es respetable, no lo es menos el de los otros; y como son dos tendencias perfectamente antagónicas, no comprendo que nadie, en sus cabales, logre creer que problema de tal condición puede ser resuelto de una vez para siempre.

En cambio, es bien posible conllevarlo. Llevamos muchos siglos juntos los unos con los otros, dolidamente, no lo discuto; pero eso, el conllevarnos dolidamente es común destino, y quien no es pueril ni frívolo lo que prefiere es aceptarlo.

Después de todo, no es cosa tan triste eso de conllevar. ¿Es que en la vida individual hay algún problema verdaderamente importante que se resuelva? Ésta es la sal de la vida; y en ese conllevarnos siempre florecerán no pocas alegrías.