La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias inauguró ayer la temporada 2012-2013 en el teatro Jovellanos ante un numeroso público. Casi se llenó el patio de butacas, algo insólito en esta ciudad respecto a la música clásica, aunque probablemente obedezca a sus novedades y atractivos.

Escuchar la «Novena Sinfonía» de Ludwig van Beethoven es por sí misma una oferta de primera línea, y en segundo lugar se estrenaba director, el búlgaro Rossen Milanov, lo que sin duda suscitaría cierta expectación. Esperemos que los recién llegados, que delataron su bisoñez en el conato de aplausos entre el primero y el segundo movimientos, hayan disfrutado y vuelvan; razones tuvieron más que de sobra. Prueba de ello es que al final la ovación fue tan larga como hacía mucho tiempo que no se escuchaba en el teatro Jovellanos. Tanto el director como los cantantes solistas hubieron de repetir una y otra vez sus salidas a escena sin que los aplausos cejaran.

Se anunció previamente que el tenor Adam Frandsen sufría una afección de garganta, pero que pese a ello iba a intentar cantar poniendo toda su entusiasmo. Por fin, tras las notas del concertino Alexander Vasilev, compareció el director. Un chico joven, tiene 46 años, menudo, sin frac; traje negro de chaqueta abotonada hasta el cuello, sin solapas, muy estilo indio; creo que alguna vez hemos visto a Zubin Mehta vestido así. Alzó la batuta y confieso que me emocionaron esos primeros compases aunque no serían los únicos.

Muchas veces he pensado si los espectadores de una velada así nos damos cuenta del grandioso espectáculo que se nos está ofreciendo. Todos aquellos virtuosos, de los mejores, digamos de Europa para no exagerar, reunidos frente a una partitura, ahora sí vale, de las más excelentes del mundo, para regalarnos el placer de vivir toda su belleza. Con el añadido, en esta oportunidad, de un coro que tuvo una actuación excepcional y unos magníficos solistas.

Rossen Milanov puso pasión en su ejecutoria, lo que no le impedía conducir a la orquesta con una limpieza total. Cabía preguntarse si su temperamento iba a aguantar aquella tensión a través de toda la obra; y lo hizo con absoluta entrega y brillantez. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Tras el encendido y martilleante tempo de los dos primeros movimientos, el director marcó unos segundos de pausa para el sosiego. Llegaba la dulzura del tercero... Recuerdo una «Novena», en Oviedo, en el auditorio Príncipe Felipe, en que el periodista y articulista de LA NUEVA ESPAÑA Javier Neira, un gran melómano, me dijo respecto a ese tercer movimiento: «Es lo más lírico que se ha escrito en la música de todos los tiempos». ¿Cómo no emocionarse, con esa introducción que hacen los violonchelos y los contrabajos, para dar paso después a los violines? Sublime.

Y aún quedaba la gran fiesta, el cuarto movimiento con su «Oda a la Alegría», convertida en himno oficial de la Unión Europea. Magnífico el barítono Luis Ledesma, por timbre y por técnica. En cuanto al tenor, un chico joven con aires de Brad Pitt, no delató para nada su indisposición de garganta: cantó pleno de seguridad, alto y claro. El coro, en el que se habían juntado las voces del Lírico de Cantabria y el «León de Oro», genial. Le dieron poder, esplendor y hermosura al acontecimiento.

Más de cien personas sobre el escenario del teatro Jovellanos, todos ellos artistas, todos ellos organizados bajo una gran batuta. Habría que escribirlo en algún otro sitio: Fue un 11 de octubre de 2012, en Gijón.