Nací como ciudadana de la República Checoslovaca. Ahora mi país se denomina República Checa o Chequia. Antes mi ciudad estaba en medio del país, ahora se encuentra en su parte oriental. Y mis antiguas amistades eslovacas, conciudadanos del mismo país, han quedado al otro lado de la frontera en un país extranjero.

¿Cómo era la vida en ese país cuando todavía se llamaba Checoslovaquia? Para mí Eslovaquia era la otra parte de un país común. Desde pequeña leía libros indistintamente en eslovaco y en checo, porque en un momento de la enseñanza básica, en las clases de checo, aprendimos a leer en eslovaco; también el oído lo tenía acostumbrado tanto al checo como al eslovaco por una razón muy simple: los lunes veía la televisión en eslovaco (era el día cuando la parte checa emitía la programación de la televisión eslovaca en Bratislava), las noticias, incluso desde las emisoras o canales checos se retransmitían alternando un locutor checo y otro eslovaco; en los partidos de fútbol o de hockey sobre hielo, de los dos comentaristas, uno era siempre un checo y el otro, un eslovaco; de estudiante en Praga tenía profesores eslovacos que daban sus clases en eslovaco y yo cogía los apuntes en checo; en la residencia estudiantil compartía habitación en la residencia estudiantil con eslovacas. Ellas hablaban en eslovaco y yo en checo. Yo me sentía checa y mis amigas, eslovacas, pero nos parecía bien, como a la gran mayoría de la población, pertenecer a una patria común. Y posiblemente ese sentirse una checa y otras eslovacas era lo que simbolizaba esas fuerzas que, a la vez que nos unía, también nos separaban.

Checoslovaquia era, desde octubre de 1969, una república federal con una amplia autonomía para la parte checa y la parte eslovaca. Era quizá la etapa en la que se hizo más esfuerzo por la industrialización incluso de las partes más atrasadas de Eslovaquia. En 1989 cayó la dictadura comunista. Había que acordar una nueva Constitución, nuevas leyes sobre la privatización y un nuevo camino para la integración en Europa. No se llegaba a un acuerdo entre los políticos checos y los eslovacos. Por ello el 26 de agosto de 1992 el representante checo, Václav Klaus, y el representante eslovaco, Vladimír Meciar, firmaron un documento sobre la división de Checoslovaquia. Y el 1 de enero de 1993, unos pocos meses después, se proclamó oficialmente la desaparición de la Federación de las Repúblicas Checa y Eslovaca y la aparición de dos países independientes, República Checa, por una parte, y República Eslovaca, por otra. Como se ve, los asuntos técnicos relacionados con un hecho de tamaña envergadura, división del patrimonio, las fronteras, la moneda y un sinfín de otras cuestiones se resolvieron en unos pocos meses. No hubo referéndum ni en la zona eslovaca ni en la zona checa. Tampoco ánimos encendidos ni amenazas de futuras catástrofes económicas, sociales y políticas ni proclamas patrioteras y menos aún gritos de guerra. Todo el proceso se gestó entre los representantes de los respectivos gobiernos y los partidos políticos. Pero incluso los que no estaban de acuerdo con la división veían que las grietas entre las dos partes en los aspectos económico, cultural y político eran tan profundas que la mejor manera de resolverlos era separarse. Se optó simplemente por la opción más razonable y sensata. Se preveía que los problemas, las envidias y los rencores que habían estado siempre latentes a lo largo de toda la historia del Estado común irían en aumento y frenarían un desarrollo saludable de los dos pueblos. El deseo era organizar todo de un modo rápido y civilizado. Al parecer, los políticos eslovacos preferían ser ellos los responsables únicos en su propio territorio. Y eso se aceptó con toda tranquilidad por la población eslovaca y por la población checa.

Resido y estoy integrada en España desde hace muchos años. Pero con frecuencia viajo a mi antigua patria y he podido constatar las consecuencias de la separación. ¿Qué ha ocurrido? Propiamente nada, absolutamente nada. Aunque mis amigas y yo, como muchos checos y muchos eslovacos, rechazamos con los sentimientos la división, racionalmente reconocemos que fue un acierto. Y esto mismo consta en los balances que se hacen, cómo no, con ocasión de este aniversario. Las relaciones entre los checos y los eslovacos nunca han sido tan buenas como ahora. No hay restos de las antiguas rencillas. En la televisión checa aparecen con frecuencia cantantes, actores y personalidades eslovacas que por supuesto se expresan en eslovaco o, si optan a establecerse en Praga, aprenden el checo. Ahora mismo corre simultáneamente en un canal checo y en uno eslovaco un programa de esos en que se buscan nuevas estrellas, también en el jurado están representadas las dos naciones.

Los dos países progresan integrados en Europa (Eslovaquia incluso con el euro). Las fronteras han quedado sólo como meros testigos formales de la existencia de dos estados independientes. Cada país superó las primeras dificultades, en gran parte causadas también por las vicisitudes del paso de una economía socialista planificada y colectiva a la del mercado, y ahora se desarrollan dentro de la Unión Europea. Y no del todo mal en comparación con otros países de la UE. Los índices de paro son aceptables, la República Checa, en torno al 8 por ciento; el crecimiento también, con aproximadamente un 1 por ciento la República Checa, Eslovaquia con más de un 3 por ciento. Eslovaquia forma parte incluso del eurogrupo.

Lo que antes era un solo país con mutuos escondidos recelos se ha convertido en dos países limítrofes hermanos.