Leo en la prensa que el español ha quedado fuera del nuevo registro único de patentes de la Unión Europea. Shakespeare, Molière y Goethe se han impuesto, por así decir, a Cervantes.

Así nos encontramos con que un idioma que hablan en el mundo más de 500 millones de personas, que es además la segunda lengua de Estados Unidos y también la segunda en número de hablantes nativos en todo el mundo después del chino mandarín y asimismo la segunda en comunicación internacional tras el inglés, se ha visto absurdamente preterida por el Parlamento Europeo.

Estuvo tan preocupado el Gobierno anterior de José Luis Rodríguez Zapatero de defender las otras lenguas de nuestro plurilingüe Estado en el foro europeo que se olvidó al parecer del necesario cabildeo a favor de la más importante de todas, dicho esto con el debido respeto para las demás.

Y sus sucesores del Partido Popular, tan patriotas ellos en otras cosas, tampoco parece que se hayan esforzado demasiado. En cualquier caso, no han logrado más que expresar su oposición al desaire europeo con una pataleta que, como la de nuestros amigos italianos, no tendrá consecuencias prácticas.

Los franceses defienden su idioma, que ha sido tradicionalmente el de la diplomacia, allá donde haga falta y hasta el final. Y lo mismo hacen los alemanes con el suyo, conscientes de su renovado poderío económico.

Nada puede reprochárseles a unos ni a otros. Pero sí, por el contrario, a los nuestros, que, por lo que parece, no han sabido hacer valer -para hablar en los términos que más les gusta a los liberales- la importancia comercial y económica de nuestro idioma. ¡Tanto hablar de la «marca España» para llegar a esto!.

Pero no nos engañemos, a muchos de nuestros ultraliberales lo que realmente les «pone» es el inglés. Un inglés, a ser posible, con acento norteamericano, que es el que, según me dicen, se habla incluso en algunas empresas multinacionales españolas. Ese idioma que muchos tratan de que los niños españoles aprendan ya en la cuna.

Claro que ¿qué podemos esperar de unos gobernantes que parecen seguir la consigna unamuniana de «¡que inventen ellos!»?. ¿Qué necesidad hay de registrar patentes en español si, al paso que vamos, con los recortes en I+D -o digámoslo ya en inglés: R&D- y el éxodo de jóvenes investigadores a países más prósperos y propicios, pocas patentes vamos a registrar en el nuestro?