De niños, y antes de sumergirnos en la mitología griega y su enigmática Esfinge tebana, alguna gente mayor gustaba de ponernos adivinanzas: «Dime, nene, ¿quién es una señorona muy aseñorada que va en coche pero siempre mojada?» Y el nene, que ya había contestado hasta el hartazgo esa y otras inocentes adivinanzas, contestaba obediente: «La lengua». Y completaba el rito. Para quien no lo sepa, porque haya perdido, por ejemplo, la memoria de la infancia, una señorona puede serlo la lengua. No hace falta que el órgano sea lo que se dice afilado, pues los romos y vulgares también pueden hacer de las suyas: es instrumento que puede servir tanto para el bien como para el mal. Señorona es aumentativo también de cancioncilla infantil muy a la asturiana: sentada la criatura en las rodillas de un adulto, éste le cantaba aquello de «iba una señorina subida a una borriquina, tiquitina, tiquitina» e imitaba un leve trote con las rodillas; «iba una señorona, subida a una borricona, tocotona, tocotona» y las rodillas daban bruscos saltos. Sigue siendo truco que aplaca los malhumores infantiles.

Estas lluvias van a estropearnos los desfiles de señoronas con negras mantillas subidas a sus correspondientes peinetas, pero a ver si alguna tarde de éstas escampa para que podamos contemplar el sin par espectáculo. Una señorona es la reina de Inglaterra, qué duda cabe, y lo fue la reina madre, a la que un día de aquellos extraños sesenta le dio por ir a un recital de los «Beatles» provista de diadema y guante blanco. Fue cuando John Lennon dijo la genialidad de «para esta canción, necesito vuestra colaboración: los de gallinero pueden aplaudir, los demás que agiten las joyas.» Y allí se ve a la reina madre saludando con sonrisa de circunstancias. Aquello, claro, eran señoronas de las que ya no quedan, no sé si afortunada o desgraciadamente: son especie extinta. Las de ahora son de otra forma, pero siguen ejerciendo, más o menos lenguaraces, algunas incluso con el don de colocarnos sus aconteceres y otras, entre papeles y expedientes sin saber muy bien por qué camino tirar.

Aquí, en nuestro pueblo, después de haberse enfadado mucho con dos o tres ciudadanos que habíamos reclamado por escrito al Ayuntamiento que le tocaba arreglar ciertos desperfectos en la Escalerona y de habernos llamado de cosas, la concejala Lucía del FAC mandará arreglarlos, a pesar de que en un primer momento pretendió derivar tal responsabilidad al Ministerio de Fomento. Así es nuestra concejala Lucía. Ahora anda en asunto de más enjundia y también, muy encocorada, lanzando anatemas a diestro y siniestro a cuenta del PGO.

¿Cuánto tardará esta profesional de la arquitectura en percatarse de que no puede dejar el urbanismo de la villa y su concejo colgado en el calendario con el plan de 1999? Algunos de los suyos tendrán que hacer ver a Lucía, la concejala del urbanismo, que los prontos subidos de tono no son buenos, que verdadera belleza es la interior, que los íntimos deseos de que nuestra huella permanezca han de compadecerse con el bien público y el interés general, y que si quieres llegar a aprobar un plan general tienes que ponerte a hacerlo al día siguiente de tu nombramiento si quieres tener la oportunidad, con un poco de suerte, de llegar a su aprobación allá al final de tu mandato. Lo demás son pataletas y berrinches impropios de alguien con un mínimo de responsabilidad política. Pero estos del FAC tardan en enterarse y mientras no rectifican no dan con las soluciones. La cantinela que les aplican los de babor -ese «sólo aciertan cuando rectifican»- parece que está plenamente justificado: da igual que sean las modestas labores de mantenimiento en la Escalerona que la tramitación de un plan general de urbanismo. Esperemos que la atribulada Lucía nos caiga pronto de la burra y deje de fastidiar al personal con este asunto mayor y vuelva a molestar sólo con temas de baches y arreglos de escaleras. Así, por lo menos, los daños serán controlables.