Hace tiempo que el edil gijonés de Cultura, Carlos Rubiera, confesó públicamente que su regidora, Carmen Moriyón (ambos de Foro), le había pedido que se abstuviera de componer canciones e himnos mientras fuera concejal. Se entiende que hablaban de composiciones de uso público, ya que el referido político local había cedido con poco recato a la tentación de ponerle la música inaugural a «su» Festival Atlántico, celebrado por primera vez y por decisión suya el pasado verano.

Pues bien, Rubiera no ha producido más músicas públicas, que se sepa, pero acaba de componer una honda elegía sobre las minas asturianas, o, mejor dicho, sobre el hecho de que en su pervivencia «se enterraran miles de millones».

Como la doctrina de Foro sobre la minería es todo lo contrario -con reclamaciones al Gobierno central para que permanezcan en explotación-, la elegía de Rubiera ha venido a ser como un verso suelto sobre el que se han echado el resto de los grupos municipales, incluido el PP. Desde luego, hay que cogerse para no caerse, pues los desplantes del Gobierno estatal en manos de los populares han sido frecuentes e inquietantes.

Pero aclaremos aquí nuestra posición: entre, por un lado, sacrificar por completo y de golpe la minería asturiana -con la absoluta condena de todo el territorio de las Cuencas-, y, por otro, la profusa lluvia de millones para sostenerla y encontrarle alternativas -insuficientes-, tenía que haberse dado un camino intermedio de cierta moderación.

Pero como Rubiera tiende más bien a la radicalidad, su referida composición literaria sobre las minas ha sido desgarrada y cruda, y además entreverada con el género bucólico de exaltación de la sidra y las explotaciones campestres. Pero, ¿cómo lo diríamos? Preferimos que existan mineros que beban sidra, a sidra que se coma a los mineros. Ahora, tal vez la alcaldesa Moriyón le vuelva a llamar a su despacho para decirle que evite las bucólicas, pero, sobre todo, las elegías.