Todo es relativo, como diría Einstein, y aunque comparar al Papa Francisco con el nuevo líder de la República Popular China pueda parecer excesivo, si tomamos en cuenta los distantes puntos de partida apreciaremos en ambos una característica en común: son más campechanos que sus predecesores. La palabra campechano («que se comporta con llaneza y cordialidad, sin imponer distancia en el trato») puede ser la indicada, en la medida en que no afecta a las cuestiones de fondo, a la línea ideológica o al carácter más o menos democrático y transparente de la actuación como gobernante. Todos quienes tenemos algunos años hemos conocido a curas de lo más campechano y a la vez de lo más integrista, que te llamaban «chaval» y te describían con toda cordialidad los indecibles tormentos que nos esperaban en el averno si perecíamos en plena masturbación. Igualmente, los regímenes autoritarios y/o totalitarios pueden tener su dirigente amigable, llano y sonriente, que se mezcla con el pueblo y, acto seguido, manda fusilar a unos cuantos disidentes. Por lo tanto, «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16:19). Lo que parece claro es que ambos mandatarios son plenamente conscientes de la importancia de la imagen en el mundo moderno, incluso en ámbitos tan jerárquicos y tradicionalmente cerrados como la Iglesia católica y la República China, dos enormidades cargadas de historia y de tradiciones que, sin embargo, no pueden ser impermeables. Ya sus predecesores se dieron cuenta en alguna medida, pero es a ellos a quienes toca actuar en consecuencia. El Papa ha comenzado el mandato con una explosión mediática de enorme eficacia, aunque las arrancadas explosivas son difíciles de mantener, como bien saben los corredores de fondo. Xi Jinping, por su parte, apunta formas aprendidas en sus frecuentes visitas a Estados Unidos: desde la manera de hablar con los periodistas hasta la elección de pareja, Peng Liyuan, una cantante famosa, estrella de grandes galas de la televisión nacional, a la que ha retirado de los escenarios para que ejerza de primera dama al activo estilo occidental, algo impensable hasta ahora. El hieratismo de las cúpulas chinas, más propio del tiempo de los emperadores, casa mal con el avance del capitalismo competitivo, de la sociedad de consumo y de la industria del entretenimiento. Pero mientras se continúen persiguiendo a blogueros disidentes, cabrá pensar que sólo es fachada.