Hace diez años ya. Estaba recién llegada la primavera, pero aún no había nacido abril y a Eduardo Úrculo se le rompió el corazón. Fue de amar la vida, el arte, a su país. Al arte contribuyó esculpiendo, pintando, diseñando...

Recuerdo sus geishas, sus vacas, sus sombreros y los culos de hermosas mujeres, las esculturas de personajes con equipaje, las carrozas del primer Carnaval que le encargó, cuando era alcalde madrileño, Tierno Galván.

Eduardo coincide con Clarín en su amor por Asturias pese a haberles nacido fuera de ella, en Zamora y Vizcaya, respectivamente.

Era un todoterreno. Vivimos tiempos de desazón, de falta de libertad y miedo. En su automóvil nos llevaba a Eduardo García Rico y a mí a reunirnos con sus amigos langreanos, al estudio que tenía en Sama el fotógrafo Mario Pascual. No sé si la Brigada Político Social estaba al tanto. A Rico y a mí nunca se nos molestó, tal vez por estar atechados bajo el paraguas de Radio Oviedo y de este periódico.

Todo nuestro delito consistía en hablar de arte y de Asturias y el lugar de encuentro los conocíamos como El Angustiadero. Tiempos de angustia sí que eran, aunque tampoco éstos de ahora son fáciles de llevar.

Si Eduardo Úrculo estuviera entre nosotros, abriría otro «angustiadero» para que juntos calmásemos las angustias y desazones de hoy.