Un licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, Miguel Ángel Álvarez, que realiza su tesis doctoral sobre el retratista y muralista Enrique Segura, pone el dedo en esa desagradable llaga -una de tantas- que infligieron en la Universidad Laboral los autores intelectuales y materiales de su transformación en Ciudad de la Cultura durante el Gobierno de Vicente Álvarez Areces al frente del Principado, esa época que no cosechó un final glorioso en la pequeña historia de Asturias, sino más bien todo lo contrario gracias a proezas como el «caso Riopedre».

Pero vayamos a la Universidad Laboral, donde Enrique Segura fue el autor de los murales del teatro y, particularmente, del situado sobre la embocadura del escenario y hoy tapado de modo bárbaro por una pieza curvada de madera también llamada concha acústica.

Quienes tomaron la decisión de colocar dicha concha tienen nombre y apellidos, pero como su acción nos parece tan rechazable preferimos olvidarlos. No obstante, fueron también autores de ocurrencias como la de cubrir el patio corintio de acceso al noble edificio del arquitecto Luis Moya, o pintar estrellas en la fachada exterior de la iglesia. Pero fue el hecho de poner las obras de rehabilitación de la Laboral en sus manos el peor de los errores y el origen de todos los males.

Respecto al mural de Segura en el interior del teatro, el citado estudioso juzga con razón que cubrirlo lo ha convertido casi en irrecuperable. De hecho, el fresco había padecido las inclemencias de la humedad y lucía un boquete considerable que nunca fue restaurado. Ahora, si se retirara la citada concha acústica, probablemente se descoyuntaría la sonoridad del coliseo, con lo que devolver al teatro parte de su imagen originaria parece imposible. En la lista de delitos contra el patrimonio debería figurar todo ello, pero, sobre todo, hay que mantener viva la memoria de lo que allí había y de cómo se lo cargaron.