No nos entusiasman los «escraches», pero menos aún nos gusta que un político revele su cacao mental. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, califica de «nazismo puro» dichas protestas contra miembros de su partido. No nos parece adecuado que se persiga a la persona mediante el «escrache», del mismo modo que no nos gustan los argumentos «ad hominen», es decir, descalificar a alguien por, o en, sus circunstancias personales. Al político se le juzga en las urnas y, si el sistema funcionara bien, también le juzgaría su propio partido y le retiraría si es un inútil o si muestra proclividad a la corruptela. Pero cuando un político actúa según la doctrina de su partido o del gobierno al que pertenece, a donde hay que ir a manifestarse es a Moncloa o a la sede de su formación. Dicho esto, siempre hay alguien que da la nota y se destaca como gran conocedor de la historia. Sucede en todas partes. Por ejemplo, cuando Rajoy perpetró la reforma laboral, Elena Valenciano, del PSOE, manifestó que aquello era como volver al franquismo, evidenciando así sus saberes acerca de la protección laboral creada por el antiguo régimen. Lo de Cospedal va por una senda semejante. Basta con conocer un poco los hechos alemanes de la década de los años treinta -empezando por el incendio del Reichstag, la derogación de derechos fundamentales, las leyes antijudías de Nuremberg, lo progromos o la «noche de los cristales rotos», la supresión de partidos políticos..., y acabando por la barbarie bélica y del Holocausto-, para percibir ligeras diferencias. Ni siquiera acierta Cospedal en mencionar los años previos a la Guerra Civil en España. Y todo ello sin mentar que era precisamente el Partido Nazi el que estaba en el poder y lo suyo fue auténtico terror de Estado. Matrícula de honor, doña Dolores.