La reciente biografía de Jacobo Alba, padre de la duquesa Cayetana, ha reavivado la figura de este aristócrata, un personaje clave en el reinado de Alfonso XIII y del primer franquismo.

Su nombre actualiza un episodio casi olvidado pero capital para la conservación del patrimonio artístico. Tuvo un origen deplorable, la pérdida de una pintura de enorme valor, y un efecto positivo, la legislación que impidió que volviera a repetirse.

La causa fue la venta a los alemanes de una obra maestra, la «Adoración de los Magos», pintada hacia 1470 por el artista flamenco Hugo van der Goes, que ocupaba un retablo de la iglesia de los Escolapios de Monforte. La opinión pública de la época dictó sentencia: sin la autorización del duque de Alba no hubiera ocurrido.

El rector del Colegio de los Escolapios, único centro de Enseñanza Media de la comarca de Lemos, acuciado por la necesidad de restaurar el edificio que amenazaba ruina, puso en 1909 a la venta la tabla con el aval y aprobación de la Corporación municipal.

Tenía como patrono a Jacobo Alba, que al no poder pagar las reformas había autorizado su venta. Era el centro de un tríptico al que los franceses, durante la invasión napoleónica, habían robado las puertas. Aún se desconoce cómo había llegado a Monforte, pero se cree que fue una donación del cardenal Rodrigo de Castro, fundador del colegio.

Los Escolapios intentaron venderlo al Museo del Prado por un millón de pesetas, pero sin éxito. Entonces se recibió la oferta del Museo de Berlín por un importe superior al estipulado.

Al saltar la noticia a la prensa se armó un enorme revuelo popular, hasta el punto de convertirse en asunto de Estado. La obra fue embargada, y Jacobo Alba tuvo que comparecer en el Congreso para dar explicaciones. La repercusión que había adquirido el caso forzó la intervención del Gobierno alemán, que se dirigió al presidente del Consejo, José Canalejas, para que levantase la prohibición y autorizara su salida. En octubre de 1913 se oficializa la venta a la pinacoteca germana por 1,2 millones de pesetas.

He aquí un resumen de la prensa de la época: «La joya artística sale de España con la protesta unánime de quienes sentimos la belleza y rendimos culto a los tesoros que nos legaron nuestros antepasados».

El 18 de diciembre de 1913 la pintura fue sacada de noche de Monforte, custodiada por dos guardias civiles, hasta su llegada en tren a Vigo, donde aguardaba el director del Museo de Berlín, Max J. Friedrandler. Al día siguiente navegaba en un buque de la Compañía Hamburguesa.

Lo único positivo de tan lamentable suceso es que el Gobierno se vio obligado a legislar para proteger el patrimonio nacional. Hasta entonces cualquiera podía sacar del país una pieza ibérica, una estela romana o un cuadro de Velázquez.

La biógrafa de Jacobo Alba, Emilia Landaluce, asegura que el duque carecía de dinero hasta que se casó con María del Rosario de Silva, que aportó su inmensa fortuna al matrimonio. No le quedó otro remedio que conceder el permiso de venta del Van der Goes, o se hundía el colegio.

Emilia Landaluce, negra de Francis Franco en la redacción del libro sobre su abuelo, el Caudillo, con un cierto aire a Zoe Barnes, la periodista de «House of the cards» -serie recomendable para aficionados a la intriga política-, recalca que Jacobo Fitz-James Stuart, diputado por Pontevedra, embajador y ministro, fue el más ilustrado y sensible de los amigos y coetáneos de Alfonso XIII. Por él jamás se hubiese perdido la obra del maestro flamenco que hoy luce en la Gemäldegalerie de Berlín. Pero cargó con las culpas. La opinión pública lo sentenció. La contrapartida es que el expolio de la «Adoración de los Reyes» puso fin al vacío legal sobre el patrimonio. En enero de 1916 se publica la «ley sobre Conservación de Monumentos, Edificios, Templos y Objetos Históricos o artísticos».