La crisis de la representación política se ha acentuado con la crisis económica. El grito de "no nos representan" lo lanza una minoría, pero posiblemente una mayoría piensa que el distanciamiento de los representantes con los ciudadanos se ha hecho oceánico. Esto se achaca al hastío que produce tanto caso de corrupción y de despilfarro, lo cual es cierto, pero hay algo más profundo que explica esa ruptura, y es la incapacidad de la clase política para sacar al país de la crisis.

La corrupción en España es para gran parte del electorado un elemento consustancial con el sistema político y social y no forma parte de la conciencia individual. Nadie se considera un corrupto; ante tal acusación no amenaza con dimitir, sino con querellarse. Lo mismo sucede con el corruptor que doblega la voluntad del poder con donaciones de todo tipo. El ciudadano de a pie entra en ese juego siempre que puede. El tener enchufe no es un vicio del sistema, sino un título del que alardear; copiar una tesis doctoral, conseguir una subvención falsificando datos, es una habilidad y no un fraude. Si alguien censura estos comportamientos, es que es un envidioso y muchas veces es verdad. La sociedad no es tan diferente de su representación política. No hay sentido de lo público, porque el que gobierna lo patrimonializa como propio y los electores y los medios de comunicación lo disuelven en un juego de intereses privados y procuran participar de él. Hay un alineamiento social y mediático con la corrupción política, en función de la coincidencia o no con los intereses privados que cada cual defiende.

El colapso económico ha creado la desafección política con un sistema nada saludable, pero que funciona basado en la división entre "los nuestros" y "los de enfrente". El problema es que ahora "los nuestros" le dan la espalda a todos, incluidos los suyos. Las deudas afloran por doquier y gobierne quien gobierne pone el poder político al servicio de la economía. Impuestos y recortes caen sobre los trabajadores, autónomos y pensionistas y lo deciden tanto "los otros" como "los nuestros". La conclusión es que "todos son iguales", sin reparar en que tanto desde el lado de la política como del lado de la sociedad se contribuyó a crear un sistema de representación corrupto, basado en la condescendencia con actividades turbias. El cierre del Canal 9 en la Comunidad Valenciana es todo un ejemplo.

El peligro es que la sociedad no recobre su dignidad y busque reconstruir por otras vías el sistema clientelar, caso de Berlusconi, o pretenda decepcionada entregarse a una política antisistema, aparentemente basada en una fuerza difusa como la de las redes sociales, pero en la práctica liderada por un autoritario, caso de Beppe Grillo en Italia.

Entre tanto, los partidos lanzan mensajes de regeneración democrática para enmendar errores, acercarse a la ciudadanía y hacer más transparente la gestión pública, pero los hechos demuestran lo contrario. Se sigue con el reparto de puestos entre los grandes partidos, buscando en la mayoría de los casos colocar a fieles e incluso de manera descarada a los propios políticos que no han podido colocar en otros puestos. Se acaba de ver en la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Se aprueba una ley de transparencia llena de agujeros negros. Incluso en casos de aparente dignidad política, la conclusión a la que se llega es la contraria, como la dimisión de Tomás Gómez. Deja su cargo de senador por no estar de acuerdo con el nombramiento de un vocal propuesto por el PP, pero no cuestiona el sistema ni el nombramiento de alguno de los que propuso su propio partido y que merecería el mismo o mayor reproche. Se presenta como un gesto de coherencia política lo que no es más que una apuesta personal por sacar tajada en la lucha dentro del partido.

De nada vale afirmar la tolerancia cero con la corrupción si no se admite que determinados comportamientos son corruptos e incluso se exculpa y se busca el indulto para quienes son sentenciados por ello. De nada vale criticar a los políticos corruptos o que han tolerado la corrupción si no se es consciente de que la cadena de favores se inició con gran complacencia en las urnas. Entre todos tenemos que regenerar el sentido de lo público.