La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Países en fuga

Los independentismos de Escocia y Cataluña

Escocia votará el próximo año si se va o no del Reino Unido y, para no ser menos, el Reino Unido planea convocar un referéndum sobre su permanencia -o más bien, su salida- de la Unión Europea. Lo mismo pretenden las autoridades de Cataluña y las de Flandes, entre otros países que acaso no tarden en formar una larga cola de candidatos a emanciparse de la tutela paterna. Nadie parece estar contento con lo suyo.

La culpa -o el mérito- de todo esto corresponde sin duda a la multinacional del mueble Ikea por su temerario anuncio a favor de que cada uno se monte en casa una República Independiente y, por supuesto, bien amueblada.

Ni siquiera así han conseguido los publicistas de la empresa sueca que los jóvenes de España abandonen el nido familiar, lógicamente. Por barato que sea el amueblamiento de un piso, la falta de trabajo sigue condenando a la mayoría de los rapaces a depender del arrimo de sus padres. En cambio, no paran de multiplicarse los deseos de independencia de los pueblos y las naciones.

Aquellas que tienen petróleo o industria para comprar muebles con los que montar piso propio -tal que Escocia o Cataluña- son, por lógica, las que más empeño ponen en irse a vivir por su cuenta. Se trata en apariencia de una mera cuestión económica, aunque también podrían influir otros factores relacionados con la incomodidad.

Muchos españoles se sentían incómodos, por ejemplo, con el régimen del general Franco, que se oponía imparcialmente a dar libertad a los individuos y a los pueblos bajo su mando. De hecho, su lema "Una, grande y libre" dio pie a no pocas chanzas. Una de ellas sugería que, en efecto, España era una: porque si hubiese dos, todos se irían a la otra; grande, porque cabíamos nosotros y los americanos; y libre en la medida que uno siempre podía escoger entre la misa de las once y la de las doce.

Ya entonces se aludía, como es fácil ver, al tradicional inconformismo de los españoles. Si hubiera la posibilidad de elegir entre dos Españas, todos querrían irse a la de al lado.

Distintos en casi todo lo demás, el Reino de España se parece inopinadamente al Reino Unido, que tantas tirrias despertaba y despierta aún entre los agraviados por el caso de Gibraltar en manos de la pérfida Albión. Los dos Estados fueron en su día un imperio; ambos se construyeron a partir de la agregación de reinos dispares y, consecuencia o no de ello, tanto Gran Bretaña como España sufren tensiones secesionistas. Más acusadas en el Reino de Isabel II, ciertamente, que ya ha perdido la mayor parte de Irlanda y ahora afronta la posible separación de Escocia.

Fieles a su fama de gente impasible, los ingleses se han tomado el asunto con calma. Tanto como para que, sorprendentemente, sean más los partidarios de la secesión escocesa en Inglaterra que en la propia Escocia.

Aquí, en cambio, han tocado a rebato las campanas de la unidad nacional: y los más extremosos piden ya la suspensión de la autonomía catalana, el envío de tanques y lo que haga falta. Rajoy, que es gallego -y por tanto, levemente británico- prefiere esperar a que el asunto se enfríe sin más que estarse quieto.

Puede que no sea mala estrategia. A fin de cuentas, nadie garantiza a los países en fuga que con su huida vayan a librarse también de los problemas que ahora mismo los afligen. Lamentablemente, la crisis no entiende de Estados.

Compartir el artículo

stats