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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

La Navidad de Judas

Un cuento de hace muchos lustros

Los niños enfermos del hospital de caridad esperaban muy excitados la llegada de la reina. Los habían bañado, cortado las uñas de pies y manos y puesto ropa muy bonita, aunque a algunos les quedara muy grande, porque no eran prendas de su talla, ya que no habían sido compradas para ellos, sino usadas por los hijos de unos señores muy ricos, muy buenos y peces gordos, como decían las enfermeras y las que limpiaban, aunque tuvieran piernas y no aletas y caminasen por el suelo calzados y no nadando; y por eso todos los niños enfermos les debían la vida y tenían que estarles agradecidos infinitamente, hasta la hora de sus muertes, como les repetían las monjas, y debían darles las gracias cuando venían por Navidad y les regalaban caramelos y globos y se agachaban para besarlos en la cabeza, aunque sus besos se quedaban en el aire y no les llegaban ni a la punta de los pelos.

Pero aquel día los niños estaban más emocionados que cuando les anunciaban la llegada de esos señores, porque iba a visitarlos la que mandaba más que nadie, también en aquellos hombres poderosos, porque era la mismísima reina. Y algunos preguntaron si vendría con la corona puesta y las enfermeras dijeron que no, que se la ponía solamente para recibir a otras reinas y reyes. Algunos se sintieron tan desilusionados como el día en que les aseguraron que vendría el mismo Jesús a verlos y llegó un cura con un cacharro que parecía un sol de oro con muchos rayos, donde había una galleta blanca tapada por un cristal que era, según les aseguró, Jesús de Nazaret, y luego el sacerdote hizo una cruz en el aire con el sol diciendo unas palabras que nadie entendió y se fue después de recomendarles que fueran muy buenos porque acababan de ser bendecidos por el mismo Jesucristo, que los curaría como había sanado a mucha gente cuando andaba por los caminos antes de que lo crucificaran.

Y les dieron a cada uno una flor para que se la entregasen a su majestad. Sólo tendrían que ofrecérsela sin decirle nada, pero sonriendo. Ella la cogería y sentirían una emoción mayor que si acabaran de encontrarse con un hada.

Todo eso lo dijo la enfermera jefe, que era cariñosa y amable, pero aquel día estaba muy nerviosa. Por eso Judas, un canceroso de 8 años, desobediente, urdidor de patrañas y maligno, según decía sor Maravillas, pensó que la enfermera jefe mentía y que odiaba a la reina. Y decidió descubrirlo.

Después pasó el tiempo y más tiempo, y la reina no llegaba. Transcurrieron varias horas, y tampoco. En tanto, Judas se reía de las caras de bobos tristes de los demás, desilusionados por el chasco que no esperaban de una señora tan enseñoreada. Y a continuación empezaron a bostezar y a dar saltitos para despertar las piernas dormidas, y las tripas les sonaban de hambre, porque ya tenían que haber comido, y las flores se habían puesto muy pachuchas, hasta que la enfermera jefe dio una palmada y dijo: "Se acabó". Y les mandó que tiraran las flores a la papelera, pues estaban ya pochas del todo; pero Judas arrojó la suya al suelo y la pateó con alegría salvaje, hasta que sintió pinchazos en el pecho, y no podía respirar y el sudor lo empapaba. Entonces los otros lo imitaron y comenzaron a destrozar sus flores con el mismo furor alegre, animados por la enfermera jefe, mientras las enfermeras y las monjas parecían conejas escuchando los tiros de los cazadores.

La enfermera jefe y Judas se miraron. Ella pensó que le gustaría que fuera su hijo.

Judas le tendió los brazos. La enfermera jefe lo acogió en los suyos y lo estrechó contra el corazón.

Él sólo dijo: "Mamá".

Era una palabra que nunca había pronunciado. Únicamente se la había oído a los otros.

La decían los demás cuando unas mujeres tristes y llorosas venían a verlos.

La enfermera jefe en aquel momento tenía lágrimas en los ojos y lo miraba con cariño y pena. La cara se le había puesto igual que la de aquellas mujeres. Por eso él le había dado ese nombre: "Mamá", que era como se llamaban todas las que lloraban por causa de un niño. Y pensó que la suya, a la que nunca había visto y, según le habían contado, se había muerto, estaría llorando por él, porque el corazón o un pajarito le habría dicho que estaba malo de una enfermedad muy mala, así que tenía que marcharse enseguida para encontrarla y hacer que no llorara más.

La víspera de Nochebuena Judas se levantó muy silencioso de la cama para que no lo oyeran las enfermeras que se quedaban de guardia en el cuartito que estaba al lado del gran dormitorio. Por la mañana se encontró junto a la verja de la salida un botón de la chaqueta de su pijama y un papel encima de la almohada, donde decía que se largaba, porque las reinas, los reyes, los peces gordos, los curas y todos mentían y sus mentiras hacían llorar. Lo buscaron, pero se había evaporado. Entonces Sabina, la más pequeña de los enfermos, dijo: "Se marchó por la ventana". Pero nadie le hizo caso y sor Maravillas y una enfermera la riñeron por fantástica. Sin embargo, la enfermera jefe le sonrió para indicarle que la creía y la niña, muy risueña, le susurró al oído que Judas se había ido volando a la tierra de los muertos, donde su madre lo esperaba, para pasar por primera vez una Navidad juntos.

Y lo cierto es que la Navidad de Judas ocurrió en la cabeza de una niña de 11 años, una tarde de Nochebuena de hace muchos lustros y al día siguiente, en la mañana de aquella lejana Navidad, lo escribió en una libretita y se lo leyó a una amiga que le aconsejó que lo tirara porque era horrible y, además, decía cosas que eran pecado. Pero lo guardó y, después de tantísimo tiempo, acaba de encontrarlo, traspapelado entre las páginas de un fatigado libro de cuentos de una rusa llamada Sofía que se casó con un conde francés, por lo que fue conocida como condesa de Ségur, y comenzó a escribir, cuando tenía más de 50 años, historias dedicadas a sus nietas y nietos.

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