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El espacio de la ultraderecha

La necesidad de clarificar quién pertenece o no al PP

El PP está roto, digan lo que quieran Cospedal, Floriano y compañía. La iniciativa fraccional de Aznar, evidente desde hace meses, queda confirmada por su ausencia en la convención del partido, cuyos primeros programas lo incluían como orador, al igual que a Mayor Oreja, otro de los previstos y descolgados unilaterales. La voluntad de moderación de Rajoy en su política catalana y de liquidación gradual de las últimas secuelas de ETA ha chocado contra una muralla de radicalidad e intolerancia que se aproxima al pasado predemocrático de España. Por suerte, no se advierte ni de lejos un equilibrio de fuerzas entre el sector gubernamental y la facción escindida de hecho. Sea como fuere, el juicio crítico de cada cual sobre otras políticas del Gobierno, la actitud de diálogo ante el secesionismo catalán y de prudencia en la completa e irrenunciable superación del terrorismo son las que corresponden a un Estado democrático en el seno de la Unión Europea.

Estos acontecimientos tendrían que favorecer la clarificación de la derecha española, si aún es posible que el PP institucional supere el miedo a perder el voto ultra acogido a su bandera, que regurgita periódicamente el rechazo de algunas de las líneas mantenidas por el actual presidente del partido y del poder ejecutivo. La ultraderecha tiene derecho a existir y a reivindicar su lugar en un sistema pluralista, a condición de no solaparse en siglas que no responden a su ideario. Del volumen de voto de la extrema derecha tiene el país experiencia suficiente para no preocuparse por sus posibilidades de poder. Derecha e izquierda se conjugan hoy en posiciones equidistantes de un centrismo moderado que hace rotar las mayorías entre dos fuerzas predominantes sin merma del juego de las minorías. Pero es exigible en cualquier caso, y más aún en la actual dinámica de cambio de casi todos los valores, que los discursos sean inequívocos, de manera que el elector sepa con precisión qué vota y a quiénes vota. Bastante tiene ya con las listas cerradas como para soportar contrabandos.

La ruptura del PP propiciada por Aznar y el núcleo de FAES, con apoyo de algunas asociaciones radicalizadas de víctimas del terrorismo, no es un infortunio para el partido, sino todo lo contrario. El intento de negar o minimizar su efecto con declaraciones destinadas al pozo del escepticismo ciudadano es una nueva apuesta por la confusión que provocan la partitocracia y sus abusos. Las mayorías sociológicas del país son moderadas, cualquiera que sea su posición ideológica, y deben reflejarse en las mayorías políticas para que la democracia avance sin rémoras personalistas ni corporativas como las que abogan por aplastar sin más el nacionalismo catalán y cercenar las vías de disolución terrorista sin agotar todas las posibilidades de cerrar "in solidum" los grandes problemas de la llamada "desintegración del Estado", ante los que un diálogo sincero y no revanchista será siempre mejor que la cerrazón intolerante y sus aromas guerracivilistas. El que cada cual se ubique sin ambigüedades interesadas en la posición política que corresponde a sus ideas también constituye una prioridad nacional.

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