Ya se sabe que en política las maletas siempre están hechas para el momento del adiós, aunque las despedidas siempre son eso, despedidas. Un hasta siempre y dejar atrás parte de tu vida.

Las elecciones europeas del 25 de mayo dan para bastantes despedidas. La más importante, se va una manera de hacer política y Europa. Tradicionalmente, Europa se construyó sobre el consenso de dos grandes fuerzas, la democracia cristiana y la socialdemocracia. Unos y otros cedían parte de sus programas para sacar adelante proyectos comunes: la propia creación de la Comunidad Económica Europea, los grandes tratados, las sucesivas ampliaciones de un club de 5 a 28 estados miembros, la Unión Monetaria y el euro, los fondos estructurales, la PAC, los planes de rescate, la Unión Bancaria, la legislación sobre el medio ambiente, los Erasmus... tantas cosas.

A partir de ahora, entran nuevas fuerzas a bailar en el hemiciclo de Bruselas. Antieuropeos de derechas, radicales de izquierda, populistas de todo signo acostumbrados a lanzar consignas desde el micrófono de una radio o una pantalla de televisión.

La gente, la opinión pública, los europeos, cansados de partidos tradicionales y de tantos años de crisis han escogido esas opciones. La democracia tiene estas cosas y bienvenidas sean si responden a un deseo ciudadano. Bruselas es muy grande y a lo mejor consiguen hacerse un hueco constructivo.

Lo dudo. Abomino de la confrontación y la cólera como instrumento político. Durante 20 años he visto que lo mejor que hicimos, lo hicimos por consenso. Asumo que poner en marcha economías muertas sin perder por el camino derechos sociales era tarea imposible, lo que estos nuevos partidos se encargaron de aprovechar. Es democrático pero no resultará beneficioso para nadie.

En España, la factura de la corrupción partidista, la ineficacia institucional, la dureza de las medidas y la percepción ciudadana del tratamiento desigual en los sacrificios solicitados, terminaron calando en las urnas, que tuvieron tantos votos como en el 2009 pero eran distintos.

Quiero agradecer a LA NUEVA ESPAÑA esta oportunidad de dirigirme a ustedes. Intenté huir del partidismo y me esforcé por ser didáctico. Echaré de menos la columna tanto como echaré de menos cruzar la puerta de la Rue Wiertz. Espero que al menos quien me haya leído comprenda Europa como un sitio más amable de lo que las elecciones lo han pintado. Hasta siempre y gracias.