"Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa".

Barcelona, a la que debemos ver aún más cerca desde el resto de España si queremos "la indisoluble unidad" constitucional, tenía antaño tantas tertulias de literatura hispana como Madrid. En una, puede que cobijada en el desaparecido restaurante "La Puñalada", un ocurrente Néstor Luján, director de Destino, a presencia al menos de don Álvaro Cunqueiro y del médico ovetense Valentín Buylla, amenazó a un contertulio de bailar sobre su tumba el "zapateado de Sarasate". La afrenta que en la Granja de Henar, de Valle Inclán, hubiera podido terminar en duelo, se desactivó, en el Paseo de Gracia, con la pacífica fina ironía del mágico mindoniense. Rememoro la anécdota mientras escucho en las ondas las sabias palabras del portavoz de 55 despedidos de La Vega/Trubia que se opone legítimamente a que se dance sobre ellos en la llamada Noche Blanca.

En estas mismas páginas, en las que hubo ácidas críticas al dispendio del año pasado en la primera celebración de semejantes noches, me manifesté, sin embargo, con un rotundo elogio de testigo circunstancial. Bien aquella iniciativa municipal que yo mismo había constatado antes en Roma y Madrid y bien debe volver a repetirse y mejorarse, pero sin insultar ni provocar la sangre de unos despidos calientes, con secuelas profundas abiertas. Antes al contrario, no debe producirse la menor duda de que la ciudad hace suyas, con todos los medios a su alcance, las reivindicaciones de unos trabajadores engañados a dejar la Vega por Trubia para seguir trabajando y en cuanto pusieron el pie allí fueron cruelmente cesados, con la sádica frase de uno de los dirigentes depredadores, "¡No hay buen acuerdo si no ruedan para siempre unas cuantas cabezas!". Mientras la alternativa no sea balsámica, el trabajo y el suelo industrial son preferencia insoslayable, no de estos afectados directa y aisladamente, sino de los ciudadanos todos.

Bajo concepto alguno se ha de tolerar la actitud de un Ministro de Defensa que sabe quizá de añejas contrataciones y producciones militares foráneas, pero nada de ética ni buenas formas, ni de la defensa, insisto, defensa, de lo genuinamente nuestro. Oviedo y su Ayuntamiento no pueden contribuir a esa burla, se encubra o no del manto blanco de la cultura de la noche o de cualquier otra dramática bufonada.

En "La Regenta", los obreros armeros tienen en conjunto un papel tan notable como los eternos personajes individualizados que creó Clarín. La que fuera diputada juntera, Paloma Uría, en un importante artículo de "Ástura", revista de calidad desaparecida, al evocar a su abuelo, don Juan Ríos, cuyo entierro civil pudo inspirar a Leopoldo Alas las exequias de don Santos Barinaga, resaltaba la presencia protagónica de esos armeros de La Vega.

La metáfora de sus cadáveres que hacen ahora los propios trabajadores es pertinente. No es admisible la escenificación del entierro en las sombras de la noche ni con el pretexto del arte, la cultura o el ocio festivo, mientras los problemas lacerantes de estos arbitrarios despidos contamine y envenene la piel y el corazón de esta ciudad. Esos fuegos fatuos oficiados por manos consistoriales, aunque sean tácitos compinches del verdugo, serían demasiado.