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Posmodernidad contra Occidente

En defensa de la libertad religiosa

La denominada posmodernidad se desarrolla en el siglo pasado. Un hito importante en este proceso fueron los acontecimientos acaecidos en París en mayo de 1968. Sus postulados destructivos han influido notablemente en ensayistas, políticos, dirigentes de empresas, artistas, medios de comunicación y enseñanza. Conforman una modalidad de totalitarismo que se hace llamar "políticamente correcto".

Una gobernanza, que no gobierno, ampara conductas claramente delictivas como las agresiones de las "Femen " a cristianos, irrupción en templos, etcétera. Por otro lado, se pretende eliminar la libertad religiosa y de opinión que constituyen el punto del baremo de más peso en la evaluación de un régimen democrático. El perdón no es incompatible con la justicia.

La tolerancia presupone el que cada uno pueda exponer libremente sus ideas en el respeto a los derechos fundamentales para persuadir y convencer. No se pueden imponer preferencias sexuales pero también se puede opinar en una sociedad libre que el matrimonio es entre un hombre y una mujer y que su estabilidad es beneficiosa para la educación de los niños. Tampoco se puede acosar a quien exprese que la homosexualidad no es un bien y que es un error.

No se distinguen las minorías dirigentes en el respeto a las opciones razonables o de sentido común como es el derecho de los padres a elegir programas y opciones de ideario educativo. El Gobierno del señor Rajoy ha dado un nuevo golpe a la libertad de enseñanza reduciendo los mínimos de Religión en la escolaridad obligatoria y manteniendo de hecho el incumplimiento, en este punto, del Concordato con la Santa Sede. Por lo menos, no debería combatir los principios fundamentales contenidos en las declaraciones sobre derechos humanos y la promoción de las tradiciones culturales y religiosas que han contribuido a construir las sociedades más prósperas y tolerantes -el mundo libre- que se conoce como Occidente.

A mayor abandono de esta tradición liberal y principios morales, más debilidad y decadencia de Europa, como se ve en la incapacidad para contribuir a solucionar los graves problemas de los nacionalismos y terrorismo que acechan desde el interior, como el separatismo totalitario en Cataluña y el País Vasco, y desde el exterior, en el Norte de África y Oriente Próximo. Lo triste es que en el viejo continente y en muchos análisis del actual conflicto en Gaza se pone al mismo nivel al legítimo y democrático gobierno de Israel que al grupo terrorista Hamás. Esta falta de razón para discriminar y situarse al lado de quienes defienden los principios liberales de Occidente es una de las consecuencias de las ya largas décadas de posmodernidad relativista.

La libertad religiosa reconoce el derecho inalienable para los creyentes en general a proclamar su religión y a difundirla. Aquí, en nuestra cultura, están los evangelios, la tradición bíblica, que han sido los creadores de nuestra civilización junto con las aportaciones griegas, romanas, ilustración, liberalismo. Como decía Tocqueville, para cualquier persona sensata es en este ámbito cultural, Occidente, en el que le gustaría vivir.

Por supuesto, a la izquierda en España sigue sin gustarle la libertad, la búsqueda de la verdad y la distinción entre el bien y el mal. En unas declaraciones, de hace dos meses, aproximadamente, el recientemente elegido Secretario General del PSOE, fiel al itinerario radical de este partido desde Largo Caballero a Zapatero, decía que aspiraba a romper el Concordato.

El catedrático Ignacio Sánchez Cámara deja al descubierto la falacia de las pretensiones totalitarias de la izquierda y centro-izquierda cuando, a propósito de los términos confesionalidad, anticonfesional, laicismo y aconfesional, señala: "La aconfesionafidad no es ateísmo de Estado, sino la falta de asunción de ninguna confesión religiosa por el Estado. Pero esta obligación estatal incluye también la prohibición de asumir una moral pública laicista. El ateísmo de Estado vulnera la aconfesionalidad del Estado, pues entraña una determinada confesión: la atea o agnóstica. Los creyentes son tan ciudadanos como los que no lo son. Y el estado tiene que respetar a ambos". (Véase al respecto el libro de varios autores "Democracia y Religión" publicado por Encuentro).

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