El pasado mes de julio, la revista "Science" publicaba un número especial dedicado a la pérdida de especies animales en todo el mundo. Para este fenómeno se ha acuñado el término defaunación, por hacer un paralelismo con deforestación (eliminación de bosques naturales).

La deforestación es relativamente fácil de cuantificar mediante la comparación de fotos aéreas o de satélite con la información existente en registros históricos, mientras que para medir la defaunación se requieren estudios específicos e intensivos. Tal vez por eso, una parte importante de la sociedad es consciente del problema que representa la reducción de millones de hectáreas de superficie forestal cada año, y sin embargo apenas se menciona el problema de la defaunación. Solo los problemas de algunas especies muy emblemáticas como osos polares, tigres o ballenas llegan al público general. En Asturias, especies como el oso pardo o el urogallo sí reciben la atención de los medios, aunque se necesitan estudios que permitan primero identificar los problemas para luego poder corregirlos.

En realidad la pérdida de especies animales es sólo un aspecto más del deterioro de la diversidad biológica que los científicos llevan décadas observando. Y es que la desaparición de una especie a escala local, aunque no haga saltar las alarmas como si se tratara de una extinción, representa la pérdida de una pieza del ecosistema con consecuencias difíciles de predecir. Por ejemplo, la población de salmones del Navia o del Porcía podría desaparecer y esto supondría una pérdida de la riqueza de especies de esos ecosistemas, aunque siguiera habiéndolos en el Narcea o en el Eo. También se podrían extinguir todos los salmones en todos los ríos asturianos y aún así la especie no se extinguiría, seguiría habiendo poblaciones en Escocia o en Canadá. Sin embargo, los ríos asturianos habrían perdido una pieza importante y ello tendría consecuencias difíciles de predecir para el funcionamiento de los ecosistemas.

Pero la defaunación es mucho más que una reducción en el área de distribución de una especie o un paso previo a la extinción. Se trata de que el descenso en el número de individuos de una especie a escala local también constituye una pérdida de biodiversidad. Es decir, si la población de salmones del Eo se reduce, el ecosistema será menos diverso, estará más dominado por unas pocas especies más abundantes y por lo tanto será menos estable, menos resistente a las perturbaciones y menos productivo.

En general a la gente le preocupa la conservación de la fauna, pero menos que nuestra comodidad, disponer de alimentos, energía o empleos, bienes con un valor económico más inmediato y por lo tanto más fácil de calcular. Y sin embargo, la reducción de las poblaciones de animales o la pérdida completa de una especie a escala local, reduce la estabilidad del ecosistema y tiene impactos inmediatos sobre su funcionamiento. Y de que un ecosistema funcione con eficiencia depende a su vez la supervivencia de un montón de especies y el bienestar de las poblaciones humanas.

Las principales causas de la pérdida de biodiversidad son la sobreexplotación (por ejemplo de los recursos pesqueros), la destrucción del hábitat (talas, desbroces, desecación de humedales, etc.) y el impacto de especies introducidas (como los eucaliptos en Asturias). Desde organismos internacionales como la ONU o la Unión Europea se recomiendan medidas y se establecen normativas que tratan de reducir estos procesos para restaurar el funcionamiento de los ecosistemas. Los intentos de paliar la defaunación incluyen iniciativas como la reintroducción de especies. Desafortunadamente, en la inmensa mayoría de los casos no se alcanza el objetivo de establecer poblaciones capaces de mantenerse sin un aporte continuo de individuos criados en cautividad o trasladados desde otros lugares. Estos fracasos se deben en parte a que no se han atajado las causas de los problemas que se pretenden mitigar. Por otra parte, este tipo de proyectos requiere unos objetivos muy específicos y el seguimiento de los resultados. El plan de cría en cautividad del urogallo en el centro de Sobrescobio representa un magnífico ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas, ni se ha identificado la causa del declive de la especie, ni hay unos objetivos bien definidos, y ni siquiera hay garantías de que el plan sea viable.

A menos que seamos capaces de revertir la tendencia, la defaunación va a tener consecuencias para nuestro futuro más allá de lo triste que resulta un bosque sin animales o saber que los urogallos o los salmones cantábricos han desaparecido para siempre. Tal como van las cosas, nuestro bienestar está poniendo en peligro el de nuestros nietos. Continuar con el uso que estamos haciendo de los ecosistemas significa que la calidad de vida de las siguientes generaciones será muy inferior a la nuestra. Nos lo habremos comido todo.