Sobre la edad y los genios. Comienzo a pensar que voy a escribir con mucho ánimo, porque el asunto es nada menos que Gustavo Bueno. Hoy, día 1 de septiembre de 2014, cumple 90 años. Ahora bien, según voy pensando qué transmitir, empiezo a recordar que hice lo mismo, y también en LA NUEVA ESPAÑA, cuando Bueno cumplió los 80. Y como me parece que fue ayer cuando celebramos ese aniversario, y me acuerdo de muchos detalles de aquel día y con quiénes estuve hablando -recuerdo, sobre todo, a José María Laso-, me sobreviene el pensar sobre lo rápidos que pasan los años. Por ese lado puedo regresar a Jorge Manrique y sus "Coplas" recitadas por Manuel Dicenta, y salir con las ruedas del ánimo pinchadas. Menos mal que en Bachillerato me pidieron que improvisase una redacción sobre el "Tempus fugit" de nuestros relojes de pared, y la cosa salió bien. Entonces, y con ese grato recuerdo, me pregunto por qué estoy dando vueltas a ese asunto, y respondo que lo mejor es centrarme en el personaje de Gustavo Bueno. Ahí está la respuesta para hinchar las ruedas del ánimo. Antes, necesito hacer un breve rodeo.

Creo que es en "El Greco y Toledo" cuando Gregorio Marañón plantea un asunto interesante: Garcilaso murió a los 33 años, y quizá si hubiera vivido muchos más no habría añadido mucho más valor a su obra. Y, efectivamente, no le faltaba razón al médico e historiador español. Hay escritores que tienen realizada su obra a esa edad y después no añaden nada original, aunque vivan treinta años más. Me estoy acordando de Dashiell Hammett. Hay, pues, personajes que cuando están en sus treinta revelan su genio, pero luego siguen ofreciendo obras extraordinarias hasta el mismo día de su muerte. Estoy pensando en G. K. Chesterton. Escribió "El candor del Padre Brown" en 1910, cuando tenía 34 años, pero hasta 1936, en que murió, su mente no dejó de manar con gran originalidad.

También Truman Capote, apenas cumplidos sus 30 años, renovó en el Periodismo la entrevista en profundidad, cuando estuvo hablando varias horas con Marlon Brando en un hotel de Kyoto. Después, a los 36, escribió "A sangre fría", la novela que le consagró internacionalmente. Antes de morir, también renovó el relato con "Ataúdes tallados a mano". Sólo vivió 60 años.

De Eric Berne, creador del Análisis Transaccional, que también murió a los 60, siempre ­queda la nostalgia intelectual de adónde hubiera llegado si hubiera vivido diez años más. Era tan original que ahora algunos psicólogos célebres están teniendo éxito porque le copian las ideas, las cambian de nombre y no dicen de dónde las han extraído.

Raymond Chandler es, quizá, quien mejor ha escrito en inglés, para el oído, durante el siglo XX (pienso que quienes mejor han escrito para el oído en España han sido dos jesuitas: Baltasar Gracián y Luis Alonso Schöckel, pero ésa es otra historia). Chandler se dedicó a la literatura a los 50 años, porque se había arruinado en el negocio del petróleo. Desde luego, a la vista del caso de Chandler, soy un convencido de que hay ruinas personales que son buenísimas para la posteridad. Escribió tres novelas muy buenas y otras cuatro casi tan buenas. ¡Qué genio! Estaba casado con una mujer que le llevaba veinte años. Aconsejo ese modelo de matrimonio. Eso sí, con tal de que uno u otra escriban tan bien como Chandler. El ejemplo que se me ocurre poner en mujer es el de Ruth Gordon, una autora extraordinaria de comedias y actriz, que se casó con Garson Kanin, guionista y director de cine, al que llevaba 16 años.

En fin, hay otros a los que la fama les llega tarde, si es que les llega. Por ejemplo, a Stendhal. Se fue contento al otro mundo porque leyó un ensayo de Balzac sobre él. Lo malo es que se murió tres meses después de leerlo.

En fin, que esto de la edad ­admite combinaciones muy di­versas.

¿Dónde colocamos a Gustavo Bueno? Gustavo Bueno supo, desde muy joven, qué quería hacer en la vida. Logró administrativamente lo que se propuso: ser catedrático de Instituto y de Universidad. En lugar de detenerse y mirar hacia atrás para valorar lo que había logrado, afición muy frecuente entre los profesores de Universidad, decidió ser original y crear un sistema propio. Eso sí, con lo que Chesterton denominaba "enormes minucias". Es decir, para crear su sistema -Gnoseología, Cierre Categorial, Materialismo Filosófico, pues ésas son tres marcas de Bueno- tenía que estar al día de las ciencias de su tiempo. No parece que sea algo fácil elaborar un mapa de un territorio tan inmenso. Y, sin embargo, de Bueno podemos decir lo que Spengler cuando comparaba a Manet con Goya: el primero se esforzaba muchísimo y estaba agotado después de pintar treinta cuadros; Goya pintaba jugando. Goya no se contentó con ser un pintor de corte, como Bueno no se contentó con ser un académico. Goya pintó muchísimo; Bueno ha escrito prácticamente sobre casi todo. Goya lo pasó muy mal en sus últimos años; a Bueno le ha ocurrido lo mismo desde que su mujer, Carmen, tuvo el accidente que todos conocemos y que la tiene limitada a una silla de ruedas.

Antes de ocurrir el accidente de su mujer, Bueno era el conferenciante más solicitado. El argumento que me dio un catedrático de Historia, de izquierdas, cuando le pregunté por qué iba a proponer a Bueno para inaugurar un congreso fue: "Bueno llena los salones". ¿Cómo podemos interpretar esa respuesta-razón en cuatro palabras? Pues porque Bueno no sólo es original y polémico, es que muestra una energía que no parece disminuir con el paso del tiempo. Y así hemos visto cómo ha escrito a mano -porque él escribe siempre a mano y en páginas que ya están usadas por el otro lado-, en los últimos años, una gran cantidad de libros sobre aspectos polémicos de la realidad española e internacional. Gracias a él, Oviedo es la capital filosófica de España. Está dispuesto a defender sus puntos de vista con oportunidad y sin ella. Cuando algunos se escandalizan en España de las intervenciones de Bueno, les suelo recomendar que lean las entrevistas que Truman Capote se hacía a sí mismo. Como dicen los jóvenes, "es que no se cortaba ni un pelo". "Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio". Afirmar esto hace más de treinta años hizo más por el movimiento gay que grandes manifestaciones. Capote era un personaje celebérrimo y odiaba lo que ahora se llama políticamente correcto. Lo mismo le ocurre a Bueno.

El Bueno de conceptos sólidos y el Bueno que hace comprender muchas cosas. La diferencia entre el Bueno autor de los seis tomos sobre el Cierre Categorial y el Bueno que ha escrito bastantes libros sobre las que doña Emilia Pardo Bazán llamaría "cuestiones palpitantes" ha sido el lenguaje. Bueno ha demostrado que, partiendo de conceptos y proposiciones que exigen "bota y merienda" para asimilarlos, es capaz de interpretar realidades complejas de una manera asequible. De ahí la gran utilidad, casi estoy por ponerme solemne y llamarla transcendencia, que tienen sus grabaciones en vídeo. Es que son una auténtica mina a cielo descubierto. Están accesibles para el que quiera pensar. Sí, ya sé que muchos dicen que eso de pensar es un bien muy escaso -"la funesta manía de pensar"- y sólo al alcance de unos pocos. Esta falacia puede derrumbarse de la noche a la mañana. En medio de tanta afición a la sobrecarga de datos, cada vez estoy más animado porque hay jóvenes que piensan y saben debatir. Lo que hace falta, les digo yo, es que se animen a participar en política, sea en el partido que sea. El clima de una época puede cambiar en muy pocos años. Sólo tenemos que fijarnos en la decadencia de Enrique IV y cómo cambiaron las cosas a mucho mejor.

A Bueno le han faltado adversarios y enemigos de categoría. La única grieta que he notado en la biografía de Bueno, y que no es achacable a él, es la poca categoría que han tenido sus enemigos. Le han combatido con saña, con calificativos gruesos, pero sin argumentos. Mucha interjección, pero (qué flojitos han sido los enemigos de Bueno! Se merecía haber tenido enemigos y adversarios de más categoría. Algunos me han dicho que el origen ha estado en que Bueno estaba centrifugado en Oviedo. (Ah, si hubiera estado en Madrid...!). Claro que también en Madrid habría tenido tantas distracciones que le hubieran obstaculizado construir su sistema.

Un periodista me contaba el otro día que hace años escribió un artículo sobre quién mandaba de verdad en los premios "Príncipe de Asturias". No se acordaba del nombre ni yo tampoco. La pista que me dio era que tenía lo que los norteamericanos llaman "piercing eyes". Pues bien, al parecer este periodista le hacía a este personaje el responsable número uno de que don Gustavo no hubiera recibido el reconocimiento que se merecía. ¡En qué momento se le ­ocurrió escribir eso! El personaje le llamó hasta diez veces y su mensaje era siempre "¡Rectifique!". Por supuesto, el periodista no rectificó. Es más, está convencido de que el personaje de los "piercing eyes" va a pasar a la historia con minúscula porque no reconoció los méritos de Bueno. El colmo fue cuando me preguntó: "¿Sabes por dónde anda el señor Rectifique?". "Ni idea", le respondí.

En realidad, ese personaje no sería el único que se ha comportado de la misma manera. Ni Frank Capra ni Alfred Hitchcock, esos dos genios del cine, recibieron un "Oscar" por algunas de sus películas. Sólo que los responsables de Hollywood se dieron cuenta del boquete y les otorgaron a ambos un "Oscar" por el conjunto de toda su obra. ¿Creen ustedes que los responsables de los premios "Príncipe de Asturias" van a comportarse como los responsables de los "Oscar" de Hollywood? Yo apuesto a que no. Estoy convencido de que voy a ganar a quien desee apostar.

El sentido del humor de Bueno. Muchas personas se hubieran ­derrumbado si hubieran recibido los ataques que Bueno ha sufrido. Pues a Bueno parece que los ataques no le afectan. Si no, ¿cómo no se ha desanimado en los veinte últimos años, cuando le han llamado de todo? Pues porque debe de estar muy seguro de quién es, quiénes son los demás y qué está haciendo aquí. Para Eric Berne, creador del Análisis Transaccional, eran las tres preguntas decisivas que una persona podía hacerse. Por cierto, hace nueve años invité a Bueno a hablar en un congreso sobre Berne e hizo una interpretación muy original sobre los tres Estados del Ego, tal como los entiende Berne, y las tres leyes de Newton. Este año vamos a celebrar el XVI Congreso Español de Análisis Transaccional a finales de septiembre y varias personas me han preguntado por qué no hemos invitado a "ese señor que interpretó tan bien a Berne". Cuando les he explicado la razón de por qué no se puede centrifugar desde Oviedo, han subido y bajado varias veces la cabeza, indicándome su comprensión.

Me estoy desviando de lo que quería hablar: el sentido del humor de Bueno. Llevo ya tratando al filósofo desde hace años y en ambientes muy diversos. Recuerdo que aconsejé que le llevaran a la Universidad de Verano en Fuerteventura, que entonces se llamaba Universidad Atlántica. Aparte de las sesiones académicas, Bueno demostraba una gracia insuperable en mesas de ocho comensales. Recuerdo que no probaba el alcohol, pero mostraba todos los registros del humor. Comíamos personas de distintas tendencias políticas, pero nos lo pasábamos muy bien con los golpes de Bueno. Por cierto, Carmen, su mujer, parecía ser su termostato y plomada. Es decir, en algunos momentos le reprochaba que se pasase en algunos comentarios. Y, sin embargo, todos los comensales salíamos en defensa de Bueno. "Carmen, en humor es muy difícil poner puertas al campo". Claro que si ahora se lo dijéramos a Carmen, ella respondería que esa respuesta no le convencía. "Lo que más abunda en estos momentos es no respetar los derechos de quienes no son ricos ni tienen grandes fincas. Ya no se respetan ni las servidumbre de paso". Ella tendría razón ahora, pero porque las imágenes y alegorías no sirven para reflejar una realidad compleja.

Y siguiendo con el humor, quiero aportar una prueba de cómo el sistema de Bueno vale para interpretar a fondo el humor de un autor. Invito a que vean, una y otra vez, el estudio que Bueno hizo sobre el humor de Mingote aplicando simplemente su teoría del Campo Antropológico -eje circular, eje radial y eje angular-. ¡Qué genialidad!

Entre los aspectos que Balzac resalta de "La Cartuja de Palma", de Stendhal, destaco éste: "Piensa -le dice Mosca- que una proclama, un capricho del corazón precipita al hombre entusiasta al partido contrario de sus simpatías futuras". Y Balzac comenta: "¡Qué frase!". Pues bien, pienso que Bueno podría haber sido el autor de esa frase, sobre todo si nos fijamos en el humor subyacente que destila toda su teoría sobre la política. Incluso, Bueno supera a Stendhal cuando afirma a propósito de los firmantes de un "Manifiesto": "Cien individuos que por separado pueden formar un conjunto distributivo de cien sabios, cuando se reúnen para hacer un manifiesto como el que comentamos constituyen un conjunto atributivo formado por un único idiota". "¡Qué frase!", hubiera rematado Balzac.

Y ahora, ¿qué? Eso me pregunto yo. Ahora, quienes mandan en el mundo universitario son los responsables de y los que trabajan en las Agencias de Acreditación: la Aneca y la anequillas. Cuando muchos hablan de que urge investigar a los lobbies, muchísimos decimos que hay que comenzar examinando a fondo la función de estas Agencias. Estoy convencido de que si Ortega viviera diría que el tema de nuestro tiempo académico es escrudiñar hasta los riñones los objetivos, procedimientos y personajes que se mueven en esas Agencias. Eric Berne también diría que los profesores están dejando de ser creativos para convertirse en Niños Adaptados a un sistema que no garantiza la originalidad. Ye hemos tenido que soportar el trabajo incansable, inagotable, de los representantes sindicales para proteger a los veteranos, a los viejos, con sus derechos adquiridos en la enseñanza. ¿Cuándo va a llegar la hora de los jóvenes profesores, tan bien preparados algunos de ellos y que son superados por menos que medianías? Gustavo Bueno puede ser un ejemplo, precisamente para los jóvenes, de cómo ir contra la corriente dominante y acabar venciendo. Estoy convencido de que Bueno seguirá irradiando cada día más. Entre otras cosas, por el aburrimiento desbordante que está invadiendo los ámbitos universitarios.