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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

El porno vestido

La intimidad es una estancia muy variable. En algunas personas es una habitación muy espaciosa y poco iluminada y, en otras, un cuarto con ventanas a la calle que funciona como una calle con ventanas a un cuarto, como la popa de un yate del puerto deportivo a la hora de cenar o el porche de un chalé del paseo marítimo, donde la vida familiar se representa como en escena.

Desde que hemos dejado de mirar para sacar una copia digital de lo que vemos con la cámara, el teléfono o la tablilla, la intimidad ha cambiado tanto que las francesas abandonan el top-less que enseñaron a practicar a Occidente porque, sin moverse de la playa, pasaban de la toalla a la red, fotografiadas, vistas con otra mirada, miradas desde otros ámbitos, lo que llamamos "sacadas de contexto".

Hay una intimidad que se graba para no salir del cuarto y se guarda en el ordenador de la habitación, una morada fácil de allanar por "hackers", buscadores del tesoro de la intimidad de las estrellas, eso que antes era titulado metafóricamente "los famosos, al desnudo". Ahora mismo hay fotos y vídeos de estrellas, Jennifer Lawrence, Rihanna y así hasta cien circulando por la red y sólo los caballeros y las damas sabemos que eso no se mira, que no se hacen agujeros en el váter, ni siquiera agujeros en la seguridad del váter de internet.

Desde que la copia se hizo doméstica, el desnudo ha cotizado de otra manera. Ha subido de precio, aumentado de control y se ha restringido su uso generalista en algunas cinematografías. A la vez, la palanca sexual con la que el "mainstream" atrae la atención instintiva del mono ha llegado a la zona roja en el porno vestido de los videoclips, donde se cantan raps violentos a los que se les va la fuerza social por los glúteos; funky que se palpa el paquete, latinadas que rebañan el placer con la cadera y pop Disney que practica sexo oral con la bola de la piqueta. Intimidad desnuda, porno vestido.

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