Las grandes infraestructuras, una demanda secular de la región y una causa muy socorrida en el pasado para justificar el atraso, ya no son un lastre. La mayoría funcionan o están casi rematadas. La Autovía del Cantábrico, de no surgir inconvenientes, quedará culminada dentro de tres meses. La Ruta de la Plata, a la que le resta el tramo entre Zamora y Paradores de Castrogonzalo, a diez kilómetros de Benavente, concluirá el próximo verano. Las ciudades de Gijón y Sevilla quedarán unidas por autovía. Y la variante de Pajares, la rezagada, llegará con una solución provisional, un solo túnel útil, en noviembre de 2015. Las excusas se acaban para Asturias. La comunidad debe mostrar ahora su capacidad para rentabilizar la oportunidad histórica que se le abre.

La imagen de una Asturias aislada, agreste y montaraz que describieron tantos escritores románticos en los últimos dos siglos no responde a la realidad regional de hoy. El Principado tiene una posición periférica en la Península que comporta la desventaja de ser fondo de saco. Eso resulta imposible de modificar. Pero los asturianos ya disfrutan, o lo harán en menos de un año, de muchos de los caminos requeridos casi desde los tiempos de Jovellanos. Más vale tarde que nunca. Hace décadas que debieron completarse. La ineficiencia de gobiernos de todos los colores políticos impidió hacerlo antes. Sólo la insistente presión de la sociedad regional, manteniendo viva la llama de la reivindicación, ha permitido que pronto las veamos culminadas contra viento y marea.

Las grandes carreteras, los puertos gigantes, los ferrocarriles veloces o los aeropuertos modernos son una condición necesaria para el desarrollo, aunque no suficiente. Acercan personas y mercancías. Por igual, las alejan. También facilitan la llegada de nuevos contendientes económicos y trastocan planes industriales porque provocan cambios profundos en el mapa. Ya vivimos aquí el caso de empresas multinacionales que cerraban fábricas aduciendo una mejora de las comunicaciones que obligaba a concentrar la producción. Y no precisamente en Asturias, sino en otros puntos equidistantes de todos. Para competir hay que prepararse y poseer algo valioso y distinto que ofrecer.

Muchas de las obras millonarias largamente anheladas no han hecho despegar a Asturias. La mínima rentabilidad obtenida invita a emprender un ejercicio de autocrítica. Ejemplos hay a patadas. Los asistentes foráneos esta semana en Gijón a un congreso nacional sobre prevención de riesgos laborales no dejaban de sorprenderse por los pocos y caros vuelos disponibles. Lo padecieron en primera persona. Y eso cuando el Principado cuenta con el aeropuerto más moderno de su historia y un sistema antiniebla sofisticado. Los enlaces internacionales van a menos. Hasta las conexiones principales con Madrid y Barcelona empeoran. Santander, Vigo y La Coruña devoran a Santiago del Monte. La negativa a aflojar la chequera para satisfacer a compañías aeronáuticas extorsionadoras no justifica el deterioro. Sí la ausencia de ideas claras y la incompetencia para ofrecer soluciones.

Lo mismo ocurre con el ferrocarril. Asturias disfruta de la red de cercanías más extensa de España. El tren enlaza, de Oriente a Occidente, los principales núcleos habitados. Mueve, en cambio, un número poco relevante de viajeros, muy por debajo de sus posibilidades como un auténtico metro. La culpa es de unos gestores lamentables interesados en espantar clientes en vez de conquistarlos. ¿Alejar la estación gijonesa del centro en aras de un urbanismo especulativo que estalló con la burbuja no es suficiente prueba?

A los usuarios de los convoyes de ida y vuelta a Madrid del fin de semana, los de mayor ocupación de España, habría que levantarles un monumento a la fidelidad. Pelean por un billete sin que les aumenten o refuercen el servicio a pesar de la creciente demanda. Renfe atraviesa un polígono industrial de Asturias, el de Silvota, con miles de trabajadores usuarios en potencia, sin parada. Feve, después de aquella locura faraónica de las locomotoras de nitrógeno y del AVE costero, languidece en una decrepitud peligrosa. No hace falta discurrir mucho sin gastar un euro para convertir sus unidades en el medio de transporte ideal para los asturianos. Sobra con racionalizar horarios y medios.

Los länder pobres de la Alemania del final de la segunda Guerra Mundial figuran hoy entre los más prósperos. Supieron utilizar el dinero recibido para crear un tejido industrial alternativo y progresar. Las regiones atrasadas de España, en cambio, no logran acortar distancia con las ricas a pesar de años de ayudas, transferencias de renta y fórmulas compensatorias. En buena medida por incentivar una economía asistencial, plagada de vitaminas artificiales para suplir la falta de fuerzas del mercado, y no otra basada en las inversiones realmente productivas. Una política errónea, una prioridad incorrecta porque nadie piensa en el largo plazo: prima el ventajismo inmediato. De esta equivocación nace el virus que alimenta tanto agravio y da pie a construir el falso mito de que existen territorios laboriosos que se esfuerzan para que otros vivan del cuento.

Quedan obras por abordar pero nadie puede aseverar hoy que Asturias sea una comunidad infradotada. Hay que pasar a la acción, con otra actitud, con otra mentalidad. Los partidos no han aportado nada en esta legislatura perdida en debates espurios sin una iniciativa positiva para sacar a flote el Principado. Poco va a cambiar con una concatenación de elecciones por delante y políticos en celo a meses vista. Pero verdaderamente el déficit de gestión es el que le falta por superar a Asturias. El futuro depende más que nunca del talento y la imaginación de los habitantes de esta tierra y de sus dirigentes. Si las infraestructuras no rinden como cabe esperar es por la ineptitud para sacarles provecho.