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Camilo José Cela Conde

McDonald's

Tras el cierre de nueve locales de la cadena repartidos por Moscú, Ekaterimburgo, Sochi y Volgogrado

Quien viajase a Moscú en la época en que existía la Unión Soviética tardaba muy poco en sentirse incómodo recorriendo las calles de una ciudad hermosa y sin apenas tráfico. El ambiente magnífico de las avenidas y los parques, el esplendor de las iglesias bizantinas, la profusión de estatuas a las que la nieve prestaba un abrigo de dignidad, los cementerios, que eran todo un capítulo de la historia de la literatura, no lograban compensar el asombro, la inquietud incluso, que generaba una ausencia completa de anuncios. Tampoco había tiendas de moda de escaparates generosos, bares ni restaurantes fuera de los hoteles reservados para los turistas. Ni siquiera los almacenes Gum de la Plaza Roja -un reducto de los valores extranjeros en pleno corazón de Moscú- podían ocultar que se trataba de un apaño un tanto forzado. No es raro, pues, que el principal símbolo de la caída del imperio fuese la apertura de un McDonald's en la plaza Pushkin. Dicen que la cola en el día en que abrió obligaba a una hora de espera. No me extraña. De la mano de ese establecimiento de comida rápida era todo el espejismo de Occidente el que llegaba a la capital de Rusia.

Leo que las autoridades han cerrado ahora ese McDonald's y otros ocho locales de la misma cadena repartidos por Moscú, Ekaterimburgo, Sochi y Volgogrado. La versión oficial habla de infracciones de las normas sanitarias, pero si hay algo que conserva Rusia como herencia de la Unión Soviética es que las verdaderas causas de cualquier decisión no aparecen nunca en los documentos oficiales. Antes, durante la guerra fría, los especialistas en husmear lo oculto tras los signos públicos hacían su agosto sentando cátedra en los principales institutos de estudios políticos. Traducir el lenguaje oficial en un equivalente capaz de poner de manifiesto causas y efectos conducía a verdaderos alardes dignos de los intérpretes de la Cábala.

Los nuevos rusólogos sostienen que la decisión de cerrar McDonald's es la represalia de Putin tras las sanciones que EE UU y la UE impusieron como castigo por las aventuras militares de los rusos en Ucrania. De ser así, Putin acierta; pocos iconos retratan mejor el alma occidental que la pasión por las grasas y los azúcares que constituyen los principales ingredientes de la comida rápida. Pero sería cosa de plantearse si de esa manera a quien está en realidad azotando Putin no será a sus propios ciudadanos. La pasión de los moscovitas por los pantalones vaqueros, los cigarrillos con filtro, la lencería fina y los discos de rock era patente ya en los años del Telón de Acero. Ni qué decir tiene que internet ha llevado mucho más lejos aún la globalización de los gustos. No sé si cabe imaginar Moscú sin la tumba de Lenin pero es probable que a sus vecinos les haga más falta hoy McDonald's.

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