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Clave de sol

Vegetar o jugar la prórroga

Consideraciones sobre la jubilación

En línea con el interesante reportaje de Marcos Palicio este fin de semana sobre la jubilación activa, uno tiene algunas curiosas experiencias. En la última de las visitas al tanatorio, cada vez más frecuentes, y tras el pésame a la familia del fallecido y el rezo de una oración, me encontré con un amigo al que llamaremos Luis para no identificar.

-Si quieres te llevo -me dijo al marchar.

-No, gracias, Luis. Tengo ahí el coche -observé.

Pareció extrañarse:

-¡No me digas que conduces todavía!

¡Todavía!... Obsérvese el detalle.

Confieso que ese "todavía" me resultó hiriente, así se lo dije. Y añadí que bien corto se lo fía a sí mismo pues él desde hace tiempo, algo menos que yo, es también un "jubilata". Recordé entonces los casos de Severo Ochoa y del profesor Rutilio Martínez Otero, entre otros, que incluso ya nonagenarios conducían su automóvil entre Madrid y Asturias de un tirón, ida y vuelta. Y en el caso del Nobel, hasta Luarca por añadidura.

La anécdota evoca otra de hace unos quince años, también absolutamente cierta. Con ocasión de una visita al despacho parroquial de los Carmelitas, uno de los padres de la comunidad me preguntó con ese desenfado tuteante con el que se produce algún clero contemporáneo:

-¿Y tú, qué haces ahora?

Como quien dice: ¿estudias o trabajas? La persona a la que yo acompañaba se adelantó a informar con la sonriente satisfacción que lo haría la madre de Jaimito:

-Escribe -dijo.

El clérigo no pudo ocultar su decepción, como si se hubiera dicho de mí que me dedicaba a espiar parejas o simplemente que empezaba a chochear:

-¿Qué escribes?... ¡Pero, hombre, a estas alturas!... No pierdas el tiempo, caramba, ¡haz algo!

Escribir, igual a perder el tiempo. ¿Qué les parece?

Precisamente ahora, cuando la vida se alarga y no pocas veces la edad de jubilación se acorta, en claro contrasentido, no parece justo que, aunque de edad provecta pero en aceptable estado de revista, unos nos quieran quitar de conducir y otros vean con malos ojos que un veterano haga algo tan elemental como escribir, casi lo único que el pobre sabe hacer.

Puede que el fenómeno sea debido a esa moda del juvenilismo, tan de estos días además con el auge de los muchachos de Podemos, el caso del llamado "pequeño Nicolás", tan intrépido, y el creciente descrédito de los políticos tradicionales. Se trata de apartar a los mayores después de su vida activa. Misericordiosamente, eso sí.

¿Nos queda el derecho al pataleo?. Allá por el año 1909, un Julio Camba muy joven, a la sazón corresponsal del diario madrileño "El Mundo" en Barcelona, entrevistaba a un miembro de la masonería sobre la suerte de su correligionario anarquista Francisco Ferrer Guardia -ya cincuentón y por ello algo mayor para su tiempo-, detenido y juzgado por incitar a la revolución:

-¿Hay buenas noticias sobre Ferrer? -pregunta el periodista

-Buenísimas -contesta el entrevistado-. Lo van a fusilar inmediatamente.

-¿Qué dice?... ¿Es ésa una buena noticia?

-Lo es. Nosotros, sus compañeros, queremos que lo fusilen? para luego poder protestar por su fusilamiento.

Siempre se habló de "matar al padre". Se supone que en sentido metafórico? Pero no es suficiente el derecho al pataleo. La vida es hoy más larga y mejor. La opción está en vivir o vegetar. Los entrevistados del reportaje mencionado al principio hacen deporte, estudian idiomas, cultivan aficiones, dan o reciben clases, ayudan a presos o discapacitados, asesoran o hacen voluntariado a favor de quienes lo han de menester. Incluso escriben?

No es justo archivar la experiencia cuando se juega la prórroga.

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