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El liderazgo del PSOE

Las fricciones internas socialistas no parecen tener fin

La política española persevera en su tendencia a la inestabilidad. El Gobierno insiste en rodearse de asuntos judiciales que condenan su maltrecha reputación, según ponen de manifiesto las encuestas de opinión. El sistema político no ofrece resultados que satisfagan mínimamente las expectativas de los ciudadanos. Los partidos parlamentarios sufren pequeñas convulsiones internas, presas del nerviosismo ante las citas electorales cada vez más cercanas. Podemos intenta reducir sus contradicciones para conquistar el poder sin que se sepa que lo hace desde posiciones de izquierda, algunas de ellas tópicas, otras anacrónicas, y las menos realmente innovadoras. Por su parte, los electores sólo aguardan el momento de votar, y lo hacen amagando con dar un golpe de autoridad y modificar por completo el sistema de partidos formado durante la ya lejana transición a la democracia.

En esta coyuntura, cualquier perturbación puede tener una trascendencia insospechada. El tiempo dirá si las palabras pronunciadas el miércoles en Toledo por la secretaria general de los socialistas andaluces, como de puntillas, son mera anécdota, un síntoma o un aviso. Con la prudencia que requiere el asunto, cabe pensar que la metáfora del tren que pasa es una pieza, la más explícita, del discurso que Susana Díaz comenzó a hilar poco después de que se cerraran las puertas del congreso extraordinario del PSOE. Ese discurso pretende recordar, quizá a modo de advertencia, dónde y en quién reside el poder interno en el partido, y deja traslucir una intención clara de ejercerlo según las circunstancias, sea de forma directa o mediante la tutela.

El primer destinatario del mensaje es Pedro Sánchez. Por si hubiera dudas, él mismo se dio por aludido, respondiendo al instante, en un tono subido, con una invitación al duelo electoral. El breve cruce de declaraciones, que ha sido cortado con sequedad por ambos, ha adquirido una notoriedad especial en los medios, en primer lugar porque el nuevo secretario general socialista fue elegido para el cargo con una exigua ventaja, que obtuvo gracias al apoyo masivo de los afiliados andaluces, tras ser promovido por la propia Susana Díaz; y, en segundo lugar, porque la dirigente andaluza debió entender que en ocasiones anteriores el mismo recado no había tenido el efecto buscado.

La tensión en torno al liderazgo del PSOE crece a medida que Pedro Sánchez da pasos por su cuenta en dirección a la Moncloa. Nada más ocupar el despacho de Ferraz, tomó la decisión de retrasar las primarias para la Presidencia del Gobierno hasta julio del próximo año, una vez celebradas las elecciones locales, pero al mismo tiempo se apresuró a anunciar su candidatura; luego puso en marcha una gira interminable por todo el país para publicitarse, y el mes pasado presentó al equipo encargado de redactar su programa electoral. A partir de ahora, su campaña personal será simultánea con la de las elecciones municipales y autonómicas. Esta circunstancia será motivo de nuevas fricciones y, a la postre, crea una gran incertidumbre sobre las condiciones en que afrontará el partido la disputa de las generales.

El plan de Pedro Sánchez era cambiar el partido para transformar España. El partido sigue igual que lo dejó Rubalcaba, cuando según ha confesado él mismo cayó en la cuenta de que el intento era imposible, sin traza de hacer la revisión a fondo que necesita. Y, además, su carrera hacia el poder tropieza con dos grandes obstáculos, que el día de su elección permanecían semiocultos: uno es el sector del electorado socialista que amenaza con votar a Podemos y por el momento frena la recuperación electoral del PSOE, y otro, el más inesperado para muchos, es la pretensión de Susana Díaz de tutelar el partido entero con el único argumento de hablar en nombre del gran número que constituyen los afiliados socialistas andaluces.

Si evaluamos el liderazgo de Felipe González por sus resultados, para algunos la única vara de medir en política, podríamos concluir que fue un buen presidente del Gobierno y un pésimo dirigente del partido. Su dimisión abrió un periodo de declive político y electoral continuo, sólo disimulado con las victorias de Zapatero en las urnas. Quizá Pedro Sánchez no haya adquirido crédito suficiente para actuar con la autonomía de los grandes líderes. Su discurso político está poco elaborado y esto lo lleva con frecuencia a dar tumbos. Tampoco es seguro que las certezas del socialismo andaluz aporten las mejores soluciones para los problemas de España.

El hecho es que el PSOE parece no tener fuerzas para renovarse y así lo previsible es que, en vez de mantener una pugna fructífera con el PP que sirva para mejorar la calidad y el rendimiento de nuestra democracia, su actividad gire en torno a una lucha interna entre dirigentes, como puede verse que ha sucedido con la socialdemocracia del sur de Europa. Y, como en el caso de esos partidos, será hasta que una nueva derrota electoral lo despierte, lo obligue a tomar en serio las cosas o lo haga desaparecer.

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