La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fernando Granda

De Givenchy o Blake a las tendencias

La reivindicación de la sencillez en el vestir frente a la moda que marca lo que se ve en la calle

El joven salió del portal con su traje entallado azul marino, lisa camisa celeste, corbata de tonos rojos y zapatos marrón oscuro. Su cabello claro iba peinado a raya lateral. En su mano derecha portaba un cartapacio. De repente se paró a unos metros del edificio, se colocó la carpeta bajo la axila y se aflojó el nudo de la corbata y lo ladeó un poco. Se soltó uno de los botones de la abrochada chaqueta con una mano mientras con la otra se despeinaba formando su pelo un revoltijo con picos desiguales y un peculiar "kiki". Entonces reemprendió su marcha. De la formalidad oficial a la moda. ¿Moda? Lo que se ve en la calle.

El paso no fue de la etiqueta a la informalidad, al desaliño, el descuido, la rebeldía, sino a la tendencia. El sentido cambiante según su destino inmediato. Un eslogan pregona que "las modas pasan, la Moda permanece". Pero quienes dominan ahora son las tendencias. ¿Mil prendas una sobre otra? Es la tendencia.

Finalizaba los pasados días la muestra que en el Museo Thyssen-Bornemisza ha expuesto la larga trayectoria de Hubert de Givenchy. El modista francés trajo al centro de arte del Paseo del Prado madrileño una colección en la que destacaba la sencillez. No faltaron modelos llenos de bordados y dibujos recargados, vestidos para grandes ceremonias, recepciones en espectaculares palacios, grandes producciones cinematográficas -la duquesa de Windsor, la princesa Grace de Mónaco, Jacquelin Kennedy, primera dama estadounidense, y, sobre todo, Audrey Hepburn fueron sus más preciadas "maniquíes"- pero este diseñador discípulo de Cristóbal Balenciaga, al que consideraba su maestro, presentó sus "Little black dress" y su blusa Bettina. Es decir, la sencillez y la originalidad de los vestidos negros y de la tela blanca de algodón, "de camisa masculina, con cuello abierto y mangas adornadas con bordado inglés". Un diseño rupturista, sin abandonar sobriedad y elegancia, con elementos intercambiables dejados a la imaginación. Sin extravagancia.

La sencillez también es reivindicada por otra gran protagonista de la moda. Yvone Blake, la rubita de "Fahrenheit 451", el futurista filme de François Truffaut, que también es una de las más premiadas diseñadoras del cine -Oscar por el vestuario de "Nicolás y Alejandra", de Franklin J. Schaffner-. A esta inglesa de Manchester que vive en España y tiene cuatro goyas ("Remando al viento", de Gonzalo Suárez, y "Canción de cuna", de José Luis Garci, se lo deben), última "Mujer de cine" del Festival de Gijón, le gusta el riesgo y la originalidad. "Al mirar? hay que saber lo que va debajo de un traje, mirar del interior al exterior", dice, al tiempo que la tendencia actual la encuentra "muy poco original, una mezcla de muchas cosas que no van bien juntas? me parece fea". Creadora de futuristas trajes, piensa que ahora "siempre van repitiendo lo que me puse en los años sesenta y setenta", y señala que "no tienen nada que decir, no hay creatividad? No me gustan las proporciones".

La joven vestía un jersey negro, leggins de punto también negros y botines de cuero del mismo color. Sobre ello, además, iban pañuelos, bufandas y calcetines para ir a la moda de la calle. El acompañante era moreno, flaco y alto. Calzaba zapatillas de "running" de colores, leggins negros ajustados a sus larguiruchas piernas con rodilleras y un corto calzón de colores, chupa de plástico con cuello de pelo, pañuelo atado al pescuezo y gorro ajustado de indescriptible color. Una tendencia de quienes no habían oído hablar de Yvone Blake ni visto los trajes de Givenchy.

Compartir el artículo

stats