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Cómo se llevan justicia y poder

El socialismo y el comunismo

En 1919 el socialismo pasó por una crisis de definición y se rompió en dos. La II Internacional Socialista siguió fiel a su vocación socialdemócrata, lo que no agradaba a los impacientes y a los intolerantes que proclamaron la III Internacional Comunista.

La Internacional Socialista agrupaba a los socialistas locales de cada pueblo, de cada nación, solidarios y respetuosos de sus particularidades, por haber sido demócratas y liberales. Por lo tanto, el socialismo democrático resultaba políticamente disperso entre lenguas y naciones, porque perseguía el ideal de justicia y del bien de la clase trabajadora, de cada individuo, de cada comunidad nacional en cada lugar y en el tiempo presente.

La Internacional Comunista, en cambio, perseguía la utopía de una felicidad futura a través del camino violento hacia el gobierno comunista del mundo; por lo tanto se identificaba con los imperios, porque, al igual que a los imperios, le interesaba el poder absoluto como medio para la imposición de su ideología y de la disciplina igualmente absoluta y controlada por la cúpula del partido que definía en cada lugar y momento los dogmas ideológicos y los objetivos políticos que estaban por encima de cualquier bien individual, de cualquier justicia abstracta o parcial. La justicia se identificaba en cada momento con los objetivos de la revolución que, como cualquier religión, llevaba la justificación de sus fines y de sus medios en su propia existencia.

Dos internacionales, la de la justicia y la del poder, enfrentadas desde entonces sin compromiso posible. El ideal de justicia fue tratado por los comunistas como una "enfermedad infantil del izquierdismo". La madurez del sistema comunista se identificaba con el ejercicio del poder absoluto y del control de todos los elementos de la vida pública y privada.

Fue así de clara la diferencia entre el comunismo y el socialismo a partir del año 1919, aunque ya un año antes la Revolución de Octubre en Rusia enseñó lo que significaba el culto del poder que ignoraba o despreciaba a la justicia.

¿Qué pasa con el socialismo en la España del siglo XXI? Pasa que a duras penas trata de salvar su talante democrático de la tentación imperialista, porque aún hace pocos meses estaba aliado con el gobierno del PP en defensa de una hipotética unidad de España empeñada en ignorar los derechos ajenos y considerar de nacionalidad española a los vascos y a los catalanes identificando por ley la nacionalidad con la ciudadanía. De modo que había en España dos partidos socialistas democráticos, el PSC y el PSE, y un partido socialista contaminado por el imperialismo por la derecha, que era PSOE. La tímida insistencia de Alfredo Rubalcaba y la clara determinación de Pedro Sánchez a favor del cambio de la Constitución española en el sentido de convertir a España en un Estado federal alejaron, de momento, al PSOE de la mentalidad claramente imperialista, como ocurrió con aquel socialismo que, pongamos por caso, representaba Rosa Luxemburgo en año 1919. Porque si el PSOE sacrificara la justicia en el altar del poder dejaría de ser socialista, así como jamás fue socialista el comunismo, en ninguno de sus múltiples avatares.

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