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La responsabilidad de la izquierda

Una invitación a reagrupar fuerzas alejándose del populismo

La crisis iniciada en 2008 ha dado lugar a la quiebra de una izquierda incapaz de evitar el asalto del neoliberalismo al Estado social. Desde el naufragio de la nave socialista en 2010, tras aprobar junto al PP unas medidas que destruían las premisas mismas del reformismo, una ciudadanía perpleja se encontró navegando por la crisis como barquilla desmantelada, sin velas desvelada y entre las olas sola. Tan perdida y desesperada estaba, que se agarró al primer salvavidas que pasó a su lado: el que había lanzado un PP disfrazado de socorrista, cuando era uno de los responsables del hundimiento. El resultado del rescate está a la vista: España se ha convertido en una sociedad profundamente desigual en la que banqueros, empresarios y políticos rivalizan en la producción de dolor.

Pero las crisis provocan también momentos de creatividad. El anquilosamiento ideológico y la burocratización de las organizaciones reformistas (PSOE e IU) generaron una movilización espontánea de protesta. Tras su reflujo, llegó la reflexión. A partir de la misma, un grupo de militantes de izquierda, aplicando la razón al estudio de los acontecimientos, comprendió que la dispersa agitación defensiva de los indignados ante los recortes de los derechos sociales necesitaba una alternativa política que se expresara en las instituciones. La idea tardó en madurar, pero maduró. Ocurrió a comienzos de 2014, cuando el deseo de democracia, la necesidad de poder y la protesta social, que se habían expresado en la calle, se plasmaron en un colectivo que adoptó el voluntarioso nombre de Podemos. La constitución de la nueva alternativa, portadora de un mensaje sencillo, extraído del propio movimiento popular, anunció el declive de la mansedumbre y el fatalismo que, junto al terror por la precariedad, eran el cáncer que carcomía la resistencia popular. Luego, su sorprendente éxito en las elecciones europeas alentó grandes esperanzas en sectores o apáticos o resignados. A partir de ese momento, ante la vivacidad batalladora y mediática del nuevo partido, todos los actores, incluido el propio Gobierno, han tenido que moverse. Sin embargo, creo que la izquierda no lo ha hecho en la dirección correcta. Si analizamos la nueva situación resultante de dicho sacudimiento, observaremos que, en dicho ámbito, toda esta convulsión política no ha provocado un avance claro. Es más, si acaso, todo ha empeorado al producirse una fragmentación lastimosa e improductiva. Por eso, de momento, y contra lo que muchos deseaban, se abrió la tierra, pero sólo parió un ratón, no una fiera. Es decir, no hay una nueva alternativa, tan sólo un proceso de reubicación de sectores sociales, proclives al reformismo y cabreados por la crisis, de los que Podemos se ha convertido en portavoz al difundir un discurso de plastilina que va de la socialdemocracia al populismo de izquierda.

El problema está en que, si se quiere vencer a la derecha, es imprescindible estructurar una fuerza compacta y tan eficaz como la que aquella tiene: no un movimiento líquido. Porque el caso es que, hasta ahora, sólo hemos visto a muchos huérfanos de la izquierda clásica emigrando hacia una nueva organización nacida sin programa, sin historia, sin previa experiencia, ajena al régimen corrupto del 78 y que no impugna la estructura de la sociedad. Precisamente, gracias a esta virginidad, y a la elaboración de un mensaje de "sentido común", de gran simpleza, con silencios clamorosos, a gusto de la clase media y dirigido a bulto y montón contra una casta corrupta, Podemos ha logrado una confianza transversal, muy extensa y meritoria, aunque frágil. Pero, en este momento, lo que resulta vital para una mayoría, más que un partido supermán y atrapalotodo, es la reestructuración del reformismo. Es de aquí de donde sí podría salir, mediante la reubicación de diversos colectivos, una nueva izquierda. Tal proceso debería llevarse a cabo no en torno a un único partido, el suyo, como pretende Podemos con cierta soberbia de neófito, sino reagrupando en torno a un programa a quienes se encuadran en una izquierda reformista más estructurada. Porque, ésta, y por encima de su modorra, de la que ya empieza a sacudirse, acumula una experiencia de lucha, posee una tradición de solidaridad de clase e internacionalismo de enorme valor y conserva antiguos lazos con los trabajadores, cuyo papel en cualquier proyecto transformador sigue siendo decisivo, por mucho que las capas medias hayan proliferado en los años de la burbuja y ahora griten su descontento por las plazas. Para que esto sea posible, es necesario que la izquierda clásica se libere de telarañas y la surgida al calor de la crisis abandone su narcisismo y con los andamios de la efervescencia callejera edifiquen una alternativa ideológica, organizativa y política que recoja los problemas más inmediatos y urgentes, sin olvidar que una casa común es un edificio de muchas y recónditas estancias en las que cada una es un mundo.

Este reagrupamiento de fuerzas tiene que contar, pues, con lo existente, ser generoso permeable a las nuevas experiencias y marcarse objetivos posibles e inexcusables, alejados del romanticismo revolucionario y del populismo. Se trataría, en fin, de acordar un programa de emergencia tan elemental y lógico que fuese capaz de unir una mayoría en torno suyo. Nadie debería considerarse de izquierdas, o de abajo, si no comprende que, hoy, la tarea más urgente es la de salvar a los más indefensos. Luego ya se verá. Y esto sólo será posible sumando fuerzas para impedir los desahucios (más de 600.000 hogares han perdido su vivienda), rescatar a los que se han quedado en la cuneta a causa de la crisis (2 millones de mayores de 45 años), acabar con el desempleo (5 millones) y la precariedad (11 millones) que aterroriza y paraliza. Todos deberían saber que es preciso restaurar las leyes laborales y restablecer la ayuda a los dependientes (este año habrá 500.000 sin atender), que hay que exigir a quienes se han beneficiado de la crisis que ellos deben acudir ahora en apoyo de los ciudadanos por medio de un sistema impositivo más justo y solidario. Para conseguir esto, un partido no basta, es necesario un consenso social amplio y militantes muy activos, porque la derecha no va a consentir que se le desbarate el tinglado que ha levantado en estos años. Se necesita sumar y no restar o dividir.

La formación de una nueva fuerza política no puede resultar sino de un proceso. Las elecciones municipales son la ocasión propicia para iniciarlo en el ámbito local a partir de un programa de emergencia que trate de responder a las demandas más elementales. Aunque el éxito electoral fuese menor de lo que muchos predicen, su puesta en marcha es absolutamente necesaria para empezar a construir una alternativa popular. La tarea, sin duda, será larga y requerirá años. Las profundas heridas causadas por el Gobierno de la derecha no cicatrizarán en cuatro días. Por otra parte, el debate que se producirá en la elaboración de un programa de estas características permitiría abandonar el actual páramo ideológico y llegar a un territorio donde lo nuevo, que sin duda está surgiendo, pueda al fin florecer. Si la izquierda quiere salvar a los ciudadanos como Rajoy salvó a los banqueros defraudadores con sus rescates, sus privilegios fiscales y su banco malo, y a los empresarios corruptores con sus regalos de recortes salariales y leyes antisociales, sólo queda un camino: el del reagrupamiento. Lograrlo es la responsabilidad de la izquierda y de los de abajo.

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