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El patético estado de la nación

El cara a cara entre el presidente del Gobierno y el líder socialista

El presidente del Gobierno calificó de patético al líder de la oposición como corolario de su réplica en el debate del estado de nación. Un epíteto vulgar, sobado hasta la náusea en los distinguidos foros de las redes sociales, que, además de pobreza léxica, ilustra una cabreada mentira. Pedro Sánchez no estuvo patético sino respetuoso de la dignidad de la ocasión y del marco, sin renunciar a un solo pronunciamiento crítico. Frente a las insidias sobre la pretendida división de sus apoyos, la bancada socialista le aplaudió y recibió en pie después de cada intervención. Como una piña, exactamente igual que el PP en los momentos equivalentes de Rajoy. En su primer trance de esta naturaleza, el socialista mantuvo su discurso en el nivel de los grandes conceptos, sin perder un instante en las marrullerías de la vieja política.

Sonó nuevo, y esto es lo mas valioso en quien está iniciando un tiempo nuevo que depura en los hechos lo que otros fían a la palabrería. Aún más importante, pudo repetir que "soy un político limpio". La corrupción es la segunda de las pesadumbres del pueblo español. A ella dedicó el jefe del Gobierno dos minutos exactos en una intervención que duró 136, más del doble que la de su opositor. Y sobre la más grave de esas preocupaciones, la del paro, fue incontestable la refutación del pavoneo por la creación de puestos de trabajo que oculta la precariedad temporal, la ocupación parcial y las rebajas salariales. Ese empleo basura que en nada alivia el 23% del paro absoluto es tan vergonzante como el saqueo de los servicios públicos, el incumplimiento de los deberes sobre dependencia y la desigualdad que coloca a España en la cota más alta de la UE, después de Lituania.

Otra bala precocinada por el PP fue el miedo del PSOE a la irresistible ascensión de Podemos, que Rajoy ni siquiera se dignó citar por su nombre. También es un dato expresivo de la distancia entre la retórica y la realidad. Cerrar los ojos al vuelco de la política española en este año electoral por la implantación de las nuevas alternativas es tan necio como seguir ignorando el problema catalán e impugnando en tribunales todos los hechos que exigen diálogo político. Rajoy ha explicado una vez más por qué es el dirigente español peor valorado, aunque tilde de patético a quien, recién llegado. Se mantiene muy por encima de él. Lo verdaderamente patético es sacar pecho con el fracaso del objetivo primordial de su legislatura: salir de una crisis de la que no sale, aún teniendo a favor ciertos indicadores financieros. Paro real, empleo basura y desigualdad describen los antípodas del estado de bienestar. Esta es la realidad.

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