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La pesadilla del pasado y el futuro por definir

Los fantasmas de ayer y de hoy planean sobre el que se ha definido como último debate bipartidista de la nación

En un tono triunfalista, Mariano Rajoy dio ayer por concluida "la pesadilla" nacional, a la que, según él, se ha llegado sin "desgarros sociales". Presumió de haber ayudado a los españoles a superar los momentos más difíciles por la situación económica heredada, y con la promesa de crear un millón de empleos se echó en brazos de un futuro esperanzador. Su contendiente, el socialista Pedro Sánchez, le acusó, al igual que el resto de la oposición, de mentir al imaginarse un "país irreal".

El resto fueron las típicas refriegas a que nos tiene acostumbrados este tipo de debates sobre la nación, en los que populares y socialistas han aprendido a sobrevivir reprochándose, fruto de la alternancia en el poder, unos a otros la misma ineficacia. Cuando el secretario del PSOE recurrió a la corrupción para relacionar la figura del Presidente con la de Bárcenas, Rajoy sólo tuvo que referirse a los casos de Andalucía y recordarle que los socialistas no eran los más indicados para dar lecciones de moralidad. Sánchez, que debutaba con dificultades y se autoproclamó como un "político limpio", recibió una respuesta contundente similar al poner en entredicho la gestión económica del Gobierno, que el líder popular se entretuvo en desmontar sacando, a su vez, a colación los datos negativos de la etapa de Zapatero. El peso de la herencia sirvió de nuevo para golpear al contrario.

El de ayer en el Congreso se presentaba como el último debate del bipartidismo, amenazado en la agenda electoral por Podemos y Ciudadanos, dos organizaciones llamadas inicialmente a protagonizar un nuevo equilibrio en el hemiciclo. Rajoy se dedicó en algunos momentos de su primera intervención a ahuyentar fantasmas. "Sobran motivos para no interrumpir el esfuerzo y poder eludir los riesgos", dijo aludiendo al trabajo común realizado hasta ahora para sobreponerse al rescate del euro, y a la negra sombra que proyecta el partido de Pablo Iglesias sobre el futuro del país.

Es una forma de verlo. El supuestamente último debate bipartidista de la nación no tenía única y exclusivamente como actor al pasado, y al presente como excusa electoral: sobre él planeaba el futuro indefinido. Probablemente Pedro Sánchez pensaba más en no desaprovechar su única oportunidad de emerger como líder de la izquierda frente a las amenazas exteriores e interiores, que en confrontar con ideas enteras y verdaderas el balance de la legislatura popular. A su vez, Rajoy, además de aprovechar a su favor los datos macroeconómicos, ha empezado a creerse el llamado por el cielo para derrotar la desazón que ha prendido en quienes ya ven a Podemos como una auténtica amenaza. No sólo por lo que proyecta en cuanto a su indefinición, sino también por lo que se trasluce de sus reflejos exteriores, Grecia o Venezuela, por poner dos ejemplos. Pablo Iglesias se sumó al país irreal de Rajoy. "Esa España sólo está en su cabeza", dijo. Pero cada vez son más los españoles que se preguntan cuál es la España que está en la cabeza de Podemos.

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