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Miembro del Comité Óscar Romero de Asturias

San Romero de América y su beatificación

Repaso a la vida del arzobispo de San Salvador asesinado en 1980

A todos los devotos y admiradores de monseñor Óscar Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por defender a la clase trabajadora, el campesinado de manera especial, nos hace felices el anuncio del Papa Francisco sobre su beatificación oficial el 23 de mayo próximo. Es el final de un retraso, para muchos incomprensible, y en ocasiones interpretado de forma poco halagüeña para la Curia vaticana. Karl Rahner, el mayor teólogo del Vaticano II, lo pronosticaba hace ya muchos años: "¿Por qué no había de ser mártir un monseñor Romero, por ejemplo, caído en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que él hizo desde sus más profundas convicciones cristianas?". Y proclamaba lo mismo, con cierto desenfado, el Comité Óscar Romero de Asturias (CORA), cuando celebraba el 25.º aniversario del asesinato del prelado salvadoreño: "Para nosotros 'mártir' es el testigo que muere por dar testimonio de fe y amor a Jesucristo, víctima de los enemigos de esa fe y ese amor. Y Óscar Romero lo fue en el pleno sentido de la palabra, porque prodigó siempre y generosamente su palabra profética de denuncia a favor de los crucificados de este mundo, ofreciendo al final su propia vida en el altar".

Repasando la biografía de nuestro monseñor, podría decirse que su condición de santidad martirial se fraguó durante los tres últimos años: desde 1977, cuando fue nombrado arzobispo de San Salvador, hasta la mañana del 24 de marzo de 1980, en la que un francotirador, esbirro de la burguesía de El Salvador amparado por los poderes públicos, acabó con su vida mediante un disparo en el corazón, mientras celebraba la eucaristía cotidiana. En realidad, hasta entonces, su vida de párroco y obispo joven había sido muy normal. Las actividades pastorales que había desempeñado podrían calificarse de tradicionales. Y su espiritualidad, juzgada desde parámetros actuales, merecería con toda justeza la impronta de conservadora. La compendia y declara el propio Romero, con mucha sencillez, a lo largo de una entrañable entrevista: "Yo nací en una familia muy pobre. Yo he aguantado hambre, sé lo que es trabajar desde cipote (niño)... Cuando me voy al Seminario y entro en mis estudios y me mandan a terminarlos aquí a Roma, paso años y años metido entre libros y me voy olvidando de mis orígenes. Y me fui haciendo otro mundo. Después regreso a El Salvador y me dan responsabilidades de secretario del obispo de San Miguel. Veintitrés años de párroco allá, también muy sumido entre papeles. Y cuando me traen a San Salvador de obispo auxiliar ¡caigo en manos del Opus Dei! Y ahí quedo... Me mandan después a Santiago de María y allí me vuelvo a topar con la miseria. Con aquellos niños que morían no más por el agua que bebían".

Para la poderosa burguesía capitalina que dominaba la sociedad salvadoreña durante la década de los setenta, el nombramiento arzobispal de Óscar Romero se presentaba como una bendición. Su perfil de hombre bueno, conciliador y nada radical parecía de lo más oportuno para mantener el statu quo. Pero las cosas se fueron por otros derroteros. Una vez más venía a cumplirse el adagio de Dios escribe en muchas ocasiones con líneas torcidas. El asesinato del sacerdote Rutilio Grande, amigo personal y confesor del arzobispo, con otros compañeros, defensores de los derechos de los más pobres, en el transcurso de una revuelta campesina, constituyó para nuestro prelado un verdadero Damasco. Lo dice él mismo en la mencionada entrevista: "Usted sabe que mucho le apreciaba yo. Cuando yo miré a Rutilio muerto, pensé: si lo mataron por hacer lo que hacía, me toca a mí andar por su mismo camino. Cambié, sí, pero también es que volví de regreso". Y desde aquel momento Óscar Arnulfo Romero se convirtió en defensor de los explotados y maltratados, en "voz de los sin voz". Su última homilía el 23 de marzo, pidiendo desde sus entrañas a los militares que no se acogieran al principio de "obediencia debida" cuando se tratara de masacrar a sus hermanos, fue la sentencia de muerte dictada por los poderes corruptos del Estado, una especie de lectio de las vísperas litúrgicas de su fiesta martirial en la mañana del día siguiente.

El Salvador y toda América han canonizado ya a Óscar Romero en sus corazones y en sus rezos. Su trayectoria personal culminada gloriosamente es la de un santo para tiempos recios como son los actuales, en los que el sistema capitalista transnacional propicia la formación de pirámides de miseria, en las que la desigualdad entre pobres y ricos, el paro e incluso el desamparo y la muerte campean a sus anchas como nuevos "Jinetes del Apocalipsis".

La entronización oficial de San Romero de América en los altares constituye además un alivio para quienes se siente abrumados y hasta desconcertados -confieso que yo me cuento entre ellos- por la marea de santos y beatos creados por Juan Pablo II en su largo pontificado. De muchos no sabemos casi nada y tenemos serias dudadas sobre la rapidez de algunos procesos, conociendo cómo se las gasta la Congregación Romana en esta clase de actuaciones, sabiendo además del peso que pudieran haber ejercido poderosas instituciones que respaldaban muchos de aquellos procesos.

Para el Comité Óscar Romero de Asturias la conmemoración de este aniversario del martirio de monseñor tiene un sabor especial, porque es el último "popular y espontáneo", anterior a su beatificación oficial en San Salvador en la próxima primavera. Además, coincide también con otra celebración, más laica: el 25.º aniversario de su propia fundación. En efecto, el CORA celebró su asamblea constituyente el 26 de marzo de 1990 con 40 asociados. Y el 30 de junio fueron aprobados sus estatutos, que se abren con un artículo en el que declara el carácter no confesional pero sí de su inspiración de la nueva institución. A partir de aquel momento comienza su propia historia, en el contexto más amplio de una veintena larga de comités similares que venían funcionando ya en el ámbito del Estado español. En ese conjunto de comités, el CORA se distinguió siempre por dos notas propias: el elevado número de asociados y su dilatado elenco de proyectos de cooperación, financiados con recursos propios y, sobre todo, con subvenciones de las entidades públicas asturianas. La operatividad del grupo de pioneros trató de encauzarse con un sistema de trabajo organizado por comisiones, coordinadas por la permanente. Este tipo de estructura existe solamente en el Comité de Asturias. Todos los miembros del mismo trabajan de forma completamente voluntaria.

Sus proyectos solidarios son habitualmente de índole promocional: poner en marcha empresas o instituciones del área de la salud, de la educación, de los derechos humanos o de naturaleza puramente económica. Una vez creadas y puestas en marcha, cada una de ellas se compromete a funcionar por su cuenta. En ocasiones, cuando ocurren grandes catástrofes naturales, las ayudas del CORA, al igual que las de otras ONG, promueven proyectos puramente asistenciales. Los principales países destinatarios de esos proyectos solidarios son la mayoría de los países iberoamericanos. El monto total de los mismos asciende a 2.432.216,72 euros en 2014.

Otro motivo de alegría de las celebraciones del XXXV Aniversario de monseñor tiene que ver con el hecho de que sea precisamente el Papa Francisco el responsable del definitivo reconocimiento eclesial de su santidad, reorientando el proceso curial por la vía del reconocimiento martirial. Casi nos atreveríamos a decir que valió la pena ese larguísimo retraso de 35 años del reconocimiento oficial de la santidad de Romero, para que fuera precisamente el Papa actual, americano como Arnulfo Romero y con un talante muy parecido a él, quien lo culminara.

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