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Hillary y Arkansas

De los Clinton al dinero del fútbol pasando por las estrellas de la telebasura

Clinton -cuando se dice Clinton, ya nadie piensa en Bill- domina la carrera hacia la nominación demócrata en las próximas elecciones presidenciales. Se agradece en las elecciones norteamericanas la falta de estruendo; habrá otros defectos, pero se cuidan las formas. (No es que me apetezca mucho hablar de formas, pero no es imposible que pitar un himno no sea solo pitar una música, que allá cada cual, sino descuidar el respeto a la gente que no lo pitaría, y que también existe: los códigos del fútbol son los que son; el espectáculo hace al mismo tiempo de frontera para evitar discordias y de escaparate para ventilarlas. Luego, como dicen los que entienden, habla el balón: poesía) El fútbol fomenta en cualquier caso la impunidad de la masa, la inmersión del individuo en el gregarismo cada vez más uniformado del clan y sus colores diversos. Y el olvido piadoso a las cifras astronómicas que se mueven en deporte tan popular, y en las que no hay repartición no susceptible de escandalizar a quien mire con atención (se hace poco); andamos en crisis, pero el bienestar financiero de los atletas es incuestionable. ¿Será casualidad que en el Sur de Europa, donde la pasta está como está, los astros del balompié ganen más que sus colegas del Norte, donde la ética protestante tiene otro concepto de la seriedad y del gasto? Déjenme volver a Clinton, que tanto ha cambiado de look y de expresión. El pasado puede ser un engorro en la vida de las personas, pero desde luego explica el presente colectivo. Se viene de donde se viene. Cuando los rebeldes norteamericanos se pusieron en marcha hace dos siglos y pico, en España había reticencias a la modernidad, que daba mosqueo. Carlos III se enteró enseguida de en qué patio le tocaba vivir. (Los pueblos también se equivocan a veces, todo depende cuánta tele vean, y en qué canal). No les quepa duda. No hay resultado electoral que no se entienda sin tener en cuenta el envilecimiento vergonzante que sufre la ya de por sí endeble cultura de debate nacional; en la pequeña pantalla se nos muestra que el descaro insultante no sólo es rentable, es que hay que tenerlo en cuenta cuando se piensa en targets. En un palco de autoridades habría que ver a las estrellas de la telebasura, a lo mejor no había silbido y sí vítores, que la popularidad ejemplarizante impone mucho respeto. La carrera de Clinton -de Bill- pasó por Arkansas, uno de esos territorios que a uno le cuesta imaginar; queda lo poco que se vio en Thelma y Louise. No daban ganas de ir allí, al menos a conocer matrimonios. Susan Sarandon, qué gran actriz. En el caos del mundo, queda el talento como evidencia. No me digan que no, que ya hay tela de sobra para preocuparse.

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