La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cosas del ascenso

Memoria de partidos del Sporting presenciados en la infancia

Iba al Molinón con mi padre. Escuchábamos las alineaciones en los días en que no había demora que permitiera a las masas corear el nombre de un jugador, en los días en los que un marcador era un marcador y los goles se festejaban sin avalanchas. Un domingo, con el marcador a cero contra el Betis en el descanso, alguien cerca de nosotros protestó del juego del equipo. Mi padre, que no solía decir nada, dijo poco, argumentó que el Sporting estaba jugando bien. En la segunda parte, al Betis le cayeron cuatro goles y al Sporting, que lo bordó, unas cuantas ovaciones entusiastas. Nos fuimos dos o tres minutos antes de que acabara el partido, no le gustaban las aglomeraciones. Se despidió de nuestros vecinos. Hasta luego, señor, le contestaron. Y luego nos íbamos caminando a casa, por la Guía a veces, otras por un sendero que nos dejaba cerca del Pisón. Nunca supe de fútbol gran cosa en comparación con él que, por ser tan amigo de estar callado, no mostraba ante los otros su formidable capacidad de observación del mundo. No hay sabio más enorme que el que calla.

Quería mucho al Sporting y le incomodaban los marcadores adversos mientras duraban. Cuando tocaba protestar, silbaba. Lo estoy viendo: silbaba muy bien. Su silbido se filtraba entre los gritos de nuestros vecinos en las gradas. Y cuando hacía frío, él me frotaba las manos. Una amiga gijonesa en el exilio me dijo hace poco una frase interesante (algo muy de agradecer en tiempos en que la estulticia lleva camino de convertirse en virtud): No creo en la educación- dijo ella- creo en la genética. Llevo tiempo pensándola y dándole mucha razón; no sé si toda, pero mucha sí.

Aquel tiempo que no sé por qué la gente llama en blanco y negro, las victorias y los ascensos se celebraban de otra forma. La gente no iba al estadio ataviada con la camiseta del equipo, gritaba menos que ahora y, probablemente, sabía más de fútbol. Los goles del Sporting no nos los contaba nadie porque no hacía falta; ya los veíamos nosotros. Las nuevas tecnologías no habían venido a redimirnos de nuestra inocencia y la crisis no se mezclaba con el derroche. Ahora, cuando el fútbol es buena noticia en Gijón, habría que recordar a aquella generación de espectadores sobrios y entendidos que en el campo animaban a su equipo y, fuera de él, arrimaron el hombro para sacar adelante a su familia, a su ciudad, con ese esfuerzo silencioso y admirable que no sería justo convertir en olvido. Cambian las maneras del mundo, pero queda en el corazón el amor a los que se fueron.

Compartir el artículo

stats