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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Llorar por algo

España es una unidad de destino en lo emocional donde encuentra abrigo toda destemplanza, eco todo grito, baile todo ritmo y sal de lágrimas todo alimento. La procesión siempre va por fuera en el país que hizo religión, arte, antropología y turismo de la idolatría porque, a estas alturas, la historia no se repite como tragedia ni como comedia sino como auto sacramental para vender jamón, vino y camisetas. No sé qué hacemos sin derramar una lágrima por Luis de Guindos, ministro español de Economía y Competitividad, persona de estricta obediencia capitalista, sea por la vía privada de Lehman Brothers, cuya división ibérica dirigió como leal virrey hasta que supo de la quiebra por el periódico; sea por la vía pública, en el servicio de verdugo a cargo de la manivela del potro de tormento para rescatar a España de sus bancos, con cargo a los españoles.

Será que el corazón llora las penas de una en una, será que no ha sabido comunicar su desgracia o que no ha cambiado de logo ni de gesto, pero no damos ni un consuelo a la pena de De Guindos mientras personas de uno y otro bando sorben los mocos por Iker Casillas, atentos al micrófono del animador de la tómbola de fútbol, ese deporte que se juega a mordiscos en el Norte y se cuenta a ladridos en el Sur. Gol, gol, gol, gooooooooool.

Al fin una historia de emigración con buen chico, madre, esposa e hijo y diálogos de culebrón que hace llorar por los que han sido despedidos de la empresa después de 20 años de servicio, por los que han visto rebajado su sueldo, por los que han tenido que aceptar la movilidad laboral bajo amenaza de calle, por los que cobran menos por trabajar más, por los que tienen que mudar de país para ejercer su profesión. Todo eso es el dolor privado de 1a cuarta economía del euro. Y nada de eso que le ocurre al hijo, al sobrino, al amigo, al cuñado, le sucede a Iker, ni a Sara, ni a Mary Carmen ni a Martín. Menos mal.

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