La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Cuervo

Donde fui rico por 35 pesetas

El Café Comercial de Madrid cerró la pasada semana después de 128 años de servir y ver pasar a la gente

En el Madrid de 1981 tomabas un café por 30 pesetas y por un duro más podías ser rico durante dos horas. Fui rico dos horas muchos días cuando era un estudiante delgado con cabeza lanuda y gafas redondas de carey del abuelo Hugo. Siguiendo las lecturas de Francisco Umbral me alojé en una pensión. Al no tener en cuenta el desfase entre que Umbral lo vivió, lo escribió, lo público y yo lo leí, llegué a la pensión unos veinte años tarde, cuando quedaban pocos estudiantes. No me quejo. Estudiantes era el tipo de gente que más conocía.

La pensión era modelo posguerra: casa vieja, baño en el pasillo, ducha limitada, calefacción tibia, amos gallegos, un policía, una prostituta de buena conducta, sudamericanos de paso, comunistas iraníes huidos de Jomeini, un estudiante crónico en tercera carrera, una vieja desquiciada, un chico que los fines de semana salía de la habitación hecho una chica y un desfile de gañanes y buscavidas. La habitación era más alta que ancha y expelía por calor o por frío.

No hice caso a Umbral con el Café Gijón, menos acogedor que el Comercial donde en cinco metros cabía el mundo con todas sus necesidades cubiertas: un estanco frente al ventanal, un quiosco de prensa ante la puerta giratoria y, pasada la barra con su otra entrada por Fuencarral, una gran sala con columnas, espejos, lámparas y mesas de mármol veteado.

Las ventanas del Café Gijón tenían el encanto de un tren expreso detenido en la vía viva de Recoletos, pero las cegaba el sol y siempre estaban ocupadas, mientras que los ventanales del Comercial daban al Madrid bien iluminado en esa estrella donde confluyen el trajín de la canalla Malasaña y el de la almendra de Chamberí, donde el movimiento continuo se demuestra andando y donde se desarrollaban las canciones la Nueva Ola Madrileña.

"En la glorieta de Bilbao estarás / Con alguien que te recuerde a mí / Un par de temas en la radio oirás / Recordando aquellos días de abril / Y en nuestras tardes y en nuestras tardes / Buscarás con otro algún nuevo padre / Y ya no volverás a pensar en mí".

Por 30 pesetas tomabas café por la mañana, pirando clase y junto a Tierno Galván.

-Señor alcalde, yo soy de derechas, pero me gusta mucho como lo hace usted, con su honradez.

-Gracias, señora, se hace lo que se puede.

En mi ejemplar de "El País" y en el de Tierno iba en titulares la denuncia de Alonso Puerta sobre una corrupción en el contrato de basuras.

Por 35 pesetas, el duro de propina, Valentín, chaquetilla blanca, pelo a tiralíneas, 60 años, agradable en pocas palabras y justas sonrisas, acotaba la mesa en el ventanal y traía directamente el vaso y el agua. Entre "hola, Valentín", "gracias, Valentín" y "adiós, Valentín" pasaban un par de horas con las columnas con negritas de Umbral, las novelas negras de Raymond Chandler o el humor blanco de Ramón Gómez de la Serna. Dos horas en las que era rico en un lugar cafetero, fumador y caldeado, con interruptor para el silencio o para el murmullo, para un libro o para un amigo, para ver el mundo a través del periódico o para ver a través del ventanal el Madrid donde sucedían las canciones de "Mamá".

Valentín se jubiló en los años 90. Tengo 5 años más de los que tenía Umbral la tarde que llegué al Café Comercial. El café Comercial cerró esta semana después de 128 años. Algunos cafés deberían permanecer para que la gente siga pasando.

Compartir el artículo

stats