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Profesor de Humanidades Médicas de la Autónoma de Madrid

El diálogo en la cultura de la salud

La llamada "Medicina narrativa", que intenta aportar confianza, empatía y consideración personal del enfermo

La mal llamada (por traducción errónea del inglés) "Medicina basada en la evidencia" ha triunfado de forma clara desde las últimas décadas del siglo veinte. Nada hay de malo en ello, pues su objetivo es garantizar el uso riguroso de los datos científicos en la práctica clínica.

El problema del nombre está en que el término "evidences" significa en inglés pruebas a favor o en contra de una hipótesis. En castellano, por el contrario, "evidencia" significa "certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar" (DRAE). La diferencia es fundamental: las pruebas son el medio del que dispone la ciencia para tomar las decisiones que tienen más probabilidad de ser acertadas; la evidencia es certidumbre que solo se da en disciplinas como la geometría o bajo el dogma de la infalibilidad.

La Medicina basada en pruebas, por tanto, es un paso más de la ciencia experimental y con ello un progreso que no debería ser atacado sino más bien complementado. Precisamente para cubrir sus huecos se está desarrollando ahora la llamada "Medicina narrativa" que intenta aportar lo que el método científico no alcanza: diálogo clínico, confianza personal, escucha atenta, empatía, conocimiento de la subjetividad, buena comunicación, consideración personal del enfermo? Si a la medicina científica y técnica le añadimos la medicina narrativa estaremos en condiciones de alcanzar una medicina excelente.

La relación entre ambas recuerda a la diferencia tradicional entre las mentalidades del Norte y del Sur, que estos días vemos escenificada en la dialéctica entre Alemania y Grecia. Por una parte rigor científico, eficacia y responsabilidad, cuentas claras, cabezas frías, conciencia del deber, cálculo, exactitud, previsión, seguridad. Por otra cordialidad, improvisación, flexibilidad, simpatía, irresponsabilidad, calidez, laxitud, chapuzas y sonrisas. La realidad, por supuesto, es siempre más compleja que estos esquemas. Pero es cierto que un británico cuando viene a España tiene la misma sensación que nosotros cuando vamos a Marruecos o a México: la relación Norte-Sur es siempre relativa.

La medicina narrativa se está desarrollando actualmente desde universidades como King's College o Columbia, entre otras. Al conocer la forma en que se está haciendo tiene uno la sensación de que los anglosajones acaban de descubrir lo que hace muchos años era moneda común en la cultura médica europea (incluida la española). Después lo pasan por la batidora y lo convierten en productos tan fáciles de digerir como escasamente sustanciosos.

En los primeros años del siglo veinte Freud había abandonado las técnicas habituales entonces para el tratamiento de la histeria (baños de agua fría o caliente, corrientes eléctricas, hipnosis?) y se dedicaba a escuchar a sus pacientes, a dejarles hablar y a ir transformando en narración biográfica el relato de sus síntomas. Treinta años después Viktor von Weizsäcker y otros médicos alemanes desarrollaban la "Medicina antropológica": una filosofía que aspiraba a manejar en la clínica los síntomas de todo tipo iluminándolos con el conocimiento personal y biográfico del enfermo. A continuación llegó la moda psicosomática. En España, Pedro Laín Entralgo analizó en los años sesenta la peculiar amistad que debe fundamentar la relación entre médico y enfermo e insistió en la dimensión personal de una buena práctica clínica. Rof Carballo propuso una "Medicina dialógica" para complementar el saber teórico de la Patología con la atención particular a la personalidad y a las características subjetivas de cada paciente. Y tras ellos llegaron Luis Martín-Santos, Carlos Castilla del Pino y muchos otros.

Tendría gracia que ahora viniesen los médicos británicos y norteamericanos a enseñarnos lo que nuestros abuelos sabían mucho mejor que ellos. Un saber que, además, está profundamente anclado en las culturas hispánicas, sean estas mediterráneas, cantábricas, atlánticas o trasatlánticas, ya que todas ellas comparten con el resto de los meridionales los defectos que tanto irritan a los habitantes del Norte, pero también las correspondientes virtudes, tan saludables como estilo de vida socialmente cálido.

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