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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Putañeros

Por qué van los hombres a o de prostitutas

De repente, este verano estalló, quizá por la influencia del movimiento revolucionario de las mujeres de Femen, la gran pregunta que cuenta con millardos de millardos de las más variadas respuestas: ¿Por qué van los hombres a o de putas? Hay quien afirma que quienes frecuentan los prostíbulos son tímidos sexuales que quieren perder su timidez recurriendo a maestras experimentadas para adquirir soltura y dejar, al fin, de ser unos enfermos imaginarios y verse obligados a fingir continuamente migrañas, lumbago o una tendinitis dolorosa en el gemelo de una pierna, con el fin de no fracasar y hacer el ridículo intentando realizar el coito con su pareja. También se oyen contestaciones al respecto estrambóticas y estúpidas como que los hombres son por naturaleza unos aventureros que necesitan, en consecuencia, novedades de todas clases, y por eso descubrieron la pólvora, América o que la tierra no era plana, sino redonda. Otras explicaciones a este hecho son menos extravagantes y más contundentes. A ese rango pertenece la que soltó la sexóloga francesa Albertine Chavanel, nieta de españoles por parte de madre y padre, y ponente de una charla privada en el salón de la viuda alegre Luscinda Alcaná, a la que asistieron trece amigas, cuando Dulce Nogales le formuló esa pregunta.

"Los hombres -aseveró la docta en sexualidad- van de putas porque hay lugares de putas y, por otro lado, hay lupanares, burdeles, casas de tolerancia o de lenocinio desde el inicio de la historia humana y continúan florecientes porque el sistema patriarcal, el del dominio del hombre sobre la mujer, el machismo basado en la supuesta superioridad de él y en la inferioridad de ella sigue robusto y vivo. La sociedad sigue considerando a la mujer como un cuerpo, unos kilos de carne venales, lo que es algo muy viejo, más que viejo, muy antiguo, que echó sólidas raíces a lo largo de los siglos hasta la hora presente. La prostitución tiene un origen templario y sacro, es decir, nació en los templos de Mesopotamia y luego se extendió por todo el Mediterráneo. Las prostitutas al servicio de esos lugares santos debían darles la bienvenida a los viajeros ofreciéndose a ellos a cambio de dinero que recaudaban los sacerdotes bajo cuya protección vivían. Y el tiempo pasó, pero en lo tocante al negocio muy lucrativo de ese trabajo esclavo que es el quehacer de las prostitutas, explotadas por un proxeneta, chulo, mantenido o rufián -un nombre este que significa de pelo rojizo, quizá en alusión a que las mujeres de las mancebías, cuando salían a la calle debían teñirse el cabello de ese color o llevar en la cabeza un pañuelo rojo o anaranjado, como distintivo infamante, con el fin de evitar que fuesen confundidas con las honorables y decentes- todo sigue muy parecido, aunque la Iglesia ya no se beneficie directamente de las actividades de esas mujeres como ocurría en la Edad Media pues, en realidad, la variación ha sido muy poco notoria. Hay muchísimas casas de putas porque tienen muchísimos clientes, como lo demuestran las páginas de anuncios en la prensa diaria, en los que se ofrecen pubis de mariposa muy peludos, pechos de kilo y pico cada uno y lenguas muy suavemente lamedoras, debido todo ello a que muchos hombres son polígamos, tienen apetencias sexuales fantasiosas, sádicas o masoquistas que no quieren confesarle a su pareja pero, sobre todo, disfrutan sintiéndose dueños por un tiempo de una sierva sumisa que debe cumplir sin protestas todas sus exigencias a cambio de dinero".

Y así de abruptamente terminó su charla Albertine Chavanel. A continuación, Dorita Trapobana, con su languidez habitual y su aguda voz nasal que achacaba a una desastrosa intervención quirúrgica de amígdalas y vegetaciones cuando era niña, comentó que debía abolirse por ley ese primitivo y repugnante comercio carnal y no solo castigar al cliente que sea cazado contratando un servicio puteril en la calle o entrando o saliendo de un sitio de esos. Todas estuvieron de acuerdo menos Leonela Collar que aseguró que la prostitución solo se acabaría el día en que se desbaratara por completo este sistema injusto y nadie en todo el planeta debiera darle ni un segundo de su fuerza de trabajo a un patrón pues, en tanto, la injusticia proseguiría causando dolor, horrible malestar, sufrimiento sin analgésico, aflicción y desdicha. Únicamente la lucha y revolución permanentes harían que ninguna mujer tuviera que venderse por horas ni alquilar su vientre para incubar hijos ajenos, algo tan longevo como la prostitución, según el relato bíblico de Lía y Raquel, las dos hermanas esposas de Jacob que competían por darle hijos de modo que, cuando dejaban de concebir, usaban a sus esclavas Bala y Zelfa para que el amo y señor las fecundase y pariesen sobre las rodillas de ambas, madres y propietarias, según la ley, de esos recién nacidos; una monstruosidad como la que padecían antaño muchas jóvenes campesinas pobres, por lo general solteras recién paridas, que eran buscadas en sus aldeas por flamantes padres burgueses, cuyas esposas, que acababan de alumbrar a una criatura a la que no querían o no podían alimentar, necesitaban una buena lechera para nodriza; y las aldeanas dejaban llorosas, obligadas por sus padres, a su rorro, al que, en la mayoría de los casos no volvían a ver. La liberación de la mujer debe ser obra de las mujeres, sin esperar neciamente a alcanzarla cuando a los homínidos mandamases les salga del escroto o de su putañero pene.

Se hizo el silencio, roto por el suspiro de disgusto de Albertine, que no le habían sentado nada bien las palabras de Leonela Collar, y las quince se despidieron unas de otras, algunas con su grito de guerra de "No, nunca mujeres maleables".

La viuda alegre les dijo adiós y pensó inquieta que cualquier día Leonela se compraría una recortada y dejaría atrás a Durruti y a Ascaso. Pero alejó aquel pensamiento, porque Nela siempre decía que las personas eran intocables y que los capitalistas más salvajes preferían que les mataran a todos los operarios, sustituibles de inmediato por la abundancia de la mano de obra requetebarata, a que les estropearan una sola máquina.

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