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Investigador de la Universidad de Exeter, en Reino Unido

Por una Administración competente

La importancia de una buena gestión para una conservación eficiente

Tras más de tres décadas de autonomía, algunos de los problemas de las especies amenazadas y de los espacios naturales en Asturias se han vuelto crónicos. Entre los más conocidos están casos como el del urogallo, el salmón o el lobo, en los que la situación ha ido empeorando con el paso del tiempo. Para explicar estos fracasos, el argumento que se escucha con más frecuencia en los medios de comunicación es que se trata de problemas muy complejos, y por ello difíciles de solucionar a pesar de que la Administración regional hace todo lo posible. Sin embargo, este argumento casi nunca está avalado por la existencia de datos que identifiquen el problema y evalúen las actuaciones emprendidas por la Administración. Lo más frecuente es que, o bien falte información, o bien la información exista pero no sea utilizada para la gestión. Cualquiera de ambos casos implica que en realidad no se está haciendo todo lo posible y que al menos una parte de esos problemas crónicos podría mejorar con cambio hacia una gestión bien documentada.

Pero, ¿de qué tipo de cambio estamos hablando? Un ejemplo muy ilustrativo fue publicado en 1998 en la revista "Science". Es el caso del gallo de las praderas grande, una especie emparentada con el urogallo, que vive en las praderas de Norteamérica. A mediados del siglo XIX había más de un millón de estas aves viviendo en las praderas de Illinois, pero la destrucción del hábitat redujo su población hasta los 2.000 individuos en 1962. Alarmados por el declive, los responsables de gestionar la especie decidieron poner en marcha un programa de restauración del hábitat. En diez años multiplicaron por tres la superficie disponible, pero a pesar de ello la población de gallo de las praderas continuó disminuyendo hasta que en 1994 se estimó que sólo quedaban 46 aves. Era evidente que solucionar el problema del hábitat ya no era suficiente para parar el declive, así que los gestores empezaron a considerar otros factores. Los investigadores que trabajaban con la especie observaron que la fertilidad de la población había disminuido mucho, observación que fue posible gracias a la recogida sistemática de datos de fertilidad durante varias décadas. En 1990 sólo 4 de cada 10 huevos llegaban a eclosionar, un síntoma habitual en pequeñas poblaciones con problemas de endogamia. Para solucionarlo, se optó por importar aves a partir de poblaciones de mayor tamaño ubicadas en Minnesota y Kansas. El resultado fue muy rápido. Sólo cinco años después, 9 de cada 10 huevos eran fértiles. La combinación de un excelente trabajo de recogida de información mantenido a lo largo de decenas de años, un diagnóstico preciso del problema y una actuación certera evitaron la extinción de una población que ya se daba por perdida. Este esquema de funcionamiento sería aplicable en Asturias.

Aquí, nuestros gestores nos han acostumbrado a escuchar todo tipo de especulaciones sobre los factores que amenazan a las especies protegidas. En la mayoría de los casos se trata de cuestiones que pueden parecer razonables pero cuya importancia real es desconocida y que han acabado por convertirse en tópicos. Entre estos tópicos, quizás el más utilizado sea el de los depredadores que se convierten en plaga y se comen todo lo que se mueve. En ocasiones, también se recurre a factores cuyo tratamiento está fuera del alcance de la Administración regional, que de ese modo se auto-exime de toda responsabilidad. Probablemente el más socorrido entre estos sea el cambio climático, algo ante lo que nuestros políticos y funcionarios no tienen capacidad de acción a corto plazo.

Sean más o menos acertadas, todas esas especulaciones tienen un denominador común. Los responsables de solucionar estos problemas los describen como si no tuviesen nada que ver con ellos, es decir, como si fuesen meros espectadores, eludiendo así asumir responsabilidades. Sin duda, las cosas mejorarían si cada gestor tuviese que responder por su labor, tal y como hemos visto en los últimos días en el caso de la mina de Aznalcóllar en Sevilla. Por ejemplo, parece razonable que la Consejera de Medio Ambiente, Belén Fernández, cesara en el cargo tras la reciente noticia de la nueva anulación del Plan de Residuos Regional, con motivo de graves irregularidades en su desarrollo. Sin embargo, estos días se ha confirmado que permanecerá en su puesto de cara a la legislatura que comienza. Una mala gestión sin efecto alguno sobre su principal responsable.

La persistencia de un problema puede ser debida a errores de gestión, pero también a la pasividad. Entre los posibles ejemplos de ese tipo en Asturias, seguramente el más llamativo sea el del avión zapador, una especie de ave muy similar a una golondrina. El avión zapador fue clasificado como especie amenazada a nivel regional en Asturias en 1990, y en 1993 se publicó un documento normativo dirigido a favorecer su conservación. Un documento que no ha sido revisado en los últimos 22 años. Esta especie está ligada a los grandes ríos de la región, y construye sus nidos en túneles que excava en los taludes de tierra creados por la acción del agua en las orillas. En los últimos 20 años, muchos kilómetros de las riberas de los tramos bajos de los ríos asturianos han sido recubiertos por muros de piedra, denominados escolleras. Estas obras se construyen para evitar que el agua desgaste las orillas y se lleve en ocasiones parte de un prado o un cultivo. Este desgaste es un proceso normal en el funcionamiento de cualquier cauce, y de gran importancia para mantener sus procesos naturales y para la supervivencia de especies como el avión zapador. El punto de partida para conservar a esta especie es tan simple como evitar la construcción de estas escolleras en las zonas donde se ubican sus nidos. Con esa intención, y con buen criterio, la Administración elaboró en 1990 un primer inventario de colonias de la especie. Cinco años más tarde, se elaboró un segundo inventario, y otros cinco años después, un tercero. Cada nuevo inventario recoge la destrucción de una parte de las colonias incluidas en el anterior. En muchos casos la destrucción fue provocada por la construcción de una escollera. Estas escolleras podrían haber sido evitadas con facilidad, pero en su lugar la Administración aprobó su construcción y dejó a un lado la normativa que había elaborado previamente para proteger al avión zapador. Actualmente los taludes ribereños son ya un hábitat escaso, pero aun así se siguen construyendo nuevas escolleras, de modo que es posible que en el futuro los aviones zapadores desaparezcan de Asturias porque no queden lugares para construir sus nidos.

Esta especie es también útil para ilustrar las consecuencias de la falta de coordinación entre comunidades autónomas. El pasado mes de diciembre se publicó en el BOPA un documento normativo para conservar la zona baja del río Cares-Deva. Entre las especies que motivaron esa normativa está el avión zapador. Este espacio protegido está ubicado en una zona "fronteriza", ya que el río Deva separa Asturias de Cantabria. Se da la circunstancia de que en Cantabria ni la zona tiene la misma categoría de conservación, ni el avión zapador es una especie clasificada como amenazada a nivel regional. El caso es que una gran colonia de aviones se ha instalado en un talud a orillas del río Deva. Se trata probablemente de la colonia más importante de toda la Cornisa Cantábrica. Por desgracia, el talud elegido por las aves se encuentra en la orilla cántabra, y parece que podría ser destruido por la construcción de una escollera a finales de este verano. Si la obra se lleva a cabo, toda o casi toda la población de avión zapador de un espacio protegido recién declarado se verá afectada negativamente.

Ejemplos como este son ya muy abundantes en la historia de la comunidad autónoma asturiana. Algo que pone de manifiesto que, al margen de cuales sean los factores que están amenazando a la fauna y los espacios protegidos, las soluciones no llegarán en tanto no se produzca un cambio importante en la forma de gestionarlos. Un cambio de actitud y de método que por el momento parece improbable, ya que las personas que ocuparán los puestos de mayor responsabilidad en medio ambiente y recursos naturales son las mismas que han estado haciéndolo estos últimos años. Y mientras llega ese momento, seguiremos financiando unos organismos de gestión ambiental que no cumplen con la función para la que fueron concebidos.

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