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Clave de sol

La bomba que vimos de cerca

Un espeluznante privilegio de cuando la Guerra Fría

Allá por los años de la que pudiéramos llamar la segunda Guerra Fría, seis periodistas españoles fuimos invitados a unas maniobras conjuntas de Estados Unidos y Francia en aguas de Córcega. Lo hicimos desde Bilbao en un avión Grumman de los Estados Unidos que horas más tarde, con el clásico tirón, se posaba en la cubierta del portaaviones "Saratoga": cien aviones, cinco mil hombres, 78.000 toneladas.

Una gran experiencia que duró varios días y dio a este periodista, entonces joven, materia para una serie de reportajes en su periódico. Era el final del mandato de Johnson en Washington y habían pasado poco más de veinte años del lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón por orden de Truman.

Hoy, día 9 de agosto, se cumplen precisamente setenta años de la devastación de Nagasaki, tres días después de la de Hiroshima, con centenares de miles de muertos en un instante. La actitud soviética volvía a ser encrespada y aún no se habían perfilado las cautelas frente a los arsenales nucleares.

Aquellas jornadas en el mar fueron por varios motivos inolvidables para los seis profesionales que tuvimos la oportunidad de vivirlas. Y lo fueron, incluso, por un detalle que podríamos calificar de espeluznante. Fue la visita a un "sancta sanctorum" de la disuasoria política norteamericana en el Mediterráneo.

Me refiero a una especie de espaciosa "capilla" muy iluminada, con guardia de "marines" permanente y un avión rápido "Skyhawk", dispuesto para estar en aire en cosa de segundos a una orden del teléfono rojo. Prendido en su panza estaba una especie de gran ataúd negro: ¡la bomba atómica!

Imagen que ha quedado prendida para siempre en la memoria.

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