La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Profesor de Matemática Aplicada de la Universidad

La certidumbre de la incertidumbre

Las crisis como parte importante de la dinámica de la economía

Los seres humanos en general no reaccionan bien ante la incertidumbre y tienden a reducir la libertad como respuesta. Esta obviamente no es la solución adecuada, y proviene de un error de cálculo y/o de entendimiento, lo cual intentaré explicar.

En el grupo de problemas inversos, optimización y aprendizaje, llevamos ya varios años investigando sobre el análisis de incertidumbre de sistemas complejos. Este tipo de problemas se caracteriza por tener un gran número de parámetros, ser altamente indeterminados, y porque la relaciones entre causas y efectos son complicadas, lo que en matemáticas comúnmente denominamos no linealidades. Trabajamos los problemas de predicción. Con nuestra bola de cristal hemos intentado, por ejemplo, predecir el valor futuro de una acción, la producción futura de un yacimiento petrolífero o el rendimiento energético de un yacimiento geotérmico; saber cuánto carbón hay en una cuenca carbonífera; identificar a una persona a partir de sus datos biométricos, o el conjunto de genes que predicen la respuesta a un determinado fármaco, o la estructura de una determinada proteína. ¿Qué tienen en común todos estos problemas? La respuesta es que todos son inciertos.

Pues bien, una gran parte de los gestores y decisores empresariales de nuestro país creen que este tipo de problemas no se puede resolver y prefieren no realizar ningún análisis, seguramente por desconocimiento. Se tiende a confundir incertidumbre con caos y sobre todo con riesgo, y los tres conceptos no tienen nada que ver. Es como confundir las churras y las merinas con los orangutanes. Incertidumbre es ambigüedad en el conocimiento, y sólo se puede paliar con más educación, más innovación (investigación y desarrollo), más sabiduría y, por lo tanto, más libertad. Riesgo es la pérdida que la incertidumbre puede llegar a ocasionar. Para ello es necesario incluir en el problema de decisión una manera de calcular las posibles pérdidas o ganancias. Puede existir incertidumbre (y de hecho siempre existe en problemas reales) y no existir riesgo, simplemente porque hemos decidido obviarlo. Este ha sido el caso en el pasado de los sistemas comunistas, en los que los criterios utilizados de cuantificación de la incertidumbre y de análisis de riesgos no tenían nada que ver con los que se utilizan en el mundo capitalista, es decir, en el mundo de la optimización. Cuando no existe ni pérdida ni ganancia es la muerte, pues el sistema pierde rápidamente la memoria y evoluciona inexorablemente hacia el estatus medio, que a su vez deriva, debido a la falta de estímulo, hacia la mediocridad. No vean en mis palabras tintes neoliberales, que no los hay, simplemente afirmo que si no existe optimización en un sistema no hay nada, y éste se degrada. Esto se puede aplicar perfectamente al régimen del funcionariado en España, al cual pertenezco, como profesor de universidad.

En cuanto al caos, éste es otro concepto diferente, e implica una dependencia determinista del sistema con respecto a las condiciones iniciales. El fenómeno del caos es típico de los sistemas dinámicos, mientras que la incertidumbre afecta a todos los problemas de predicción/decisión, no sólo a los dinámicos. Desde un aspecto filosófico se ha asociado el caos con la incapacidad del ser humano de predecir un fenómeno de modo determinista, teniendo que asumir los conceptos del azar, de lo aleatorio, de la incertidumbre, de lo indeterminado. De aquí procede la relación errónea entre caos e incertidumbre. Como dijo el gran Henri Poincaré: "nada es aleatorio, sólo nuestra ignorancia". Y a mí me gustaría añadir en un tono poético: "Nada es fruto del azar. Ni la flor de azahar surge del azar, ni el azar es fruto de sí mismo".

Entre la rigidez del determinismo y la flexibilidad de la aleatoriedad, existe un camino intermedio por el que se puede adoptar en todo problema de toma de decisiones, en beneficio de nuestra salud mental. Reducir las dudas a base de certezas impuestas de modo sectario es el mejor camino hacia la depresión. Sin embargo, cuando se asume que la incertidumbre es algo intrínseco a la realidad de los problemas, que en la vida existen "trade-offs" (compensaciones) y que a menudo es necesario gestionar las cabras y los repollos, entonces todo mejora. Cuando se asume la duda y se utiliza la incertidumbre como herramienta de progreso es posible analizar otras soluciones plausibles, diferentes a las que en un principio creímos que podían ser óptimas, y por tanto es sencillo admitir empeorar (al menos durante un tiempo finito) porque sabemos que para pasar de un valle a otro diferente es necesario encontrar un puerto. Además, enfrentarse a la certeza suele ser irrelevante y bastante deprimente.

Heisenberg, en su famoso principio de incertidumbre, enunció que es imposible determinar la posición y la velocidad de una partícula con la misma precisión. Esto dio lugar al nacimiento de la mecánica cuántica, y parece ser que todo cuadró mejor para los físicos que no encontraban la respuesta que querían en la mecánica clásica. Lo mismo puede hacerse en los negocios y en la toma de decisiones. Realizar un análisis de incertidumbre previo, contemplando otras soluciones plausibles, igual de buenas o incluso un poco peores, pero que nos permiten afrontar el futuro, es una mejor manera de decidir que contemplando una única solución. De hecho, deberíamos huir de los gestores y de los políticos que aseveran que solo existe una única solución: la suya.

Esto no es sólo un problema filosófico sino de praxis: para que podamos cuantificar la incertidumbre es necesario adoptar el principio de parsimonia y evitar las "fábricas de gas". Incertidumbre y complejidad. La mayor ambigüedad siempre suele proceder de pedir peras al olmo. En su día le pregunté a un catedrático de Berkeley que aseveraba que las predicciones no sirven para nada: "¿qué mamífero de cuatro patas es tan largo como Pau Gasol?", a lo que él me respondió: "Hay muchos. Esa pregunta está mal planteada". "En efecto", asentí, "una pregunta mal planteada nunca admite una única respuesta. Lo que pasa es que, en este caso, lo vemos claro". Y añadí: "¿Y si le digo que el mamífero tiene rayas?". La moraleja de la historia es la importancia de hacer las preguntas correctas. Un día mi gran amigo Xosé Alba, que es profesor de economía de la Universidad de Oviedo, me contó una anécdota sobre un famoso economista de nuestro país, quien le dijo: "Para operar (pues en bolsa no se juega) en bolsa, sólo es necesario comprar barato, vender caro, y en caso de duda, saber a quién preguntar". Hablaba por supuesto de acciones, no de CFDS, porque también se puede ganar en caso de pérdidas, pero ese es otro tema. Por eso, para el resto de los mortales, que no tenemos información privilegiada pero sí inteligencia, es tan importante poder plantear la pregunta adecuada, opinar y también equivocarse, porque raramente se aprende de los éxitos, pero sí de los fracasos, que sólo son la antepuerta de un futuro mejor. ¿O es que todavía no han comprendido que al capitalismo le aburre la monotonía? Deberíamos estar vacunados contra las crisis, que son parte importante de la dinámica de la economía, y por tanto de nuestro futuro.

Compartir el artículo

stats