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Las vacas también pecan

El Papa y Obama arremeten contra el calentamiento global, pero ninguno dice nada de las reses

Coinciden el Papa Francisco y el rey del mundo, Barack Obama, en denunciar que el clima está cambiando -a peor- como consecuencia de los muchos pecados medioambientales perpetrados por el ser humano. Parece hasta lógico que los dos hayan elegido esta época veraniega, con sus tórridos calores, para arremeter contra el calentamiento global que le está haciendo un roto a la capa de ozono.

Cada uno lo explica a su manera, claro está. El Pontífice culpa en una encíclica a las grandes empresas y a los gobiernos; mientras que Obama hace examen de conciencia y propósito de la enmienda con un plan que limitará las emisiones de gases de la industria de su país. En un rasgo involuntario de humor, el presidente norteamericano añade que negociará con sus colegas de China para que adopten medidas similares.

Aun si Obama convenciese de su propósito, sin duda benemérito, a las autoridades de la República Popular, quedarían otros muchos pecadores contra el medio ambiente a los que llevar al redil. El presidente y, sobre todo, el Papa, han señalado a los culpables, entre los que estarían las industrias, los usuarios de automóviles, los gobiernos vendidos a las grandes corporaciones y los consumidores de los países ricos que, en su voracidad, están dejando el mundo hecho una porquería.

Sorprendentemente, ninguno de estos dos grandes poderes espirituales y materiales dice nada de las vacas, a pesar de lo mucho que contribuyen a calentar la atmósfera. Se conoce que las reses están protegidas por el tabú: y no solo en la India.

Un informe de la FAO, rama agrícola y alimentaria de Naciones Unidas, culpaba no hace mucho al ganado de ser uno de los principales causantes del efecto invernadero que tan trastornado tiene al clima. Dotadas de varios estómagos y de una notable capacidad para rumiar una y otra vez el forraje, no sorprenderá que las vacas contribuyan más que los tubos de escape a elevar la temperatura ambiental.

Calcula la mentada FAO que los constantes eructos de las reses arrojan a la atmósfera un 37 por ciento del total de las emisiones de metano, cifra a la que habría que añadir aún el alto porcentaje de óxido nitroso que se desprende de su estiércol. Todo ello influiría en el calentamiento del planeta, la degradación de las tierras, la contaminación del aire y del agua e incluso la pérdida de biodiversidad.

Simpáticas y en apariencia inofensivas, las vacas que en otros tiempos daban calor a las casas labriegas han pasado a calentar ahora la atmósfera con los gases que dejan escapar de sus estómagos e intestinos. Su carencia de modales compromete la salud de la atmósfera mucho más de lo que lo hacen los coches. E incluso más que la industria en ciertos países ganaderos como Argentina, un suponer.

A pesar de tan claras evidencias, ni el Papa ni Obama han querido incluir a las vacas en su catálogo de culpables del calentamiento global. Alguna explicación pudiera haber. Una cosa es meter mano a fábricas y centrales energéticas con malos humos; y otra bastante menos hacedera plantearse el sacrificio de la cabaña vacuna para salvar el equilibrio del planeta. Ni el más radical de los ecologistas asumiría tamaña atrocidad.

Será por eso que las vacas, tan entrañables, han recibido bula del Pontífice y hasta del rey del mundo para seguir pecando con sus gases contra la atmósfera. Más bien que calentamiento, el suyo es calor de hogar.

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