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Con vistas al Naranco

El Eo: Claudín y Gamallo

Un canto a la ría

"(...) Miro el agua siempre como él me dijo: con respeto y emoción".

Julio Llamazares, "Distintas formas de mirar el agua"

Claudín Pérez Prieto, personaje fabuloso, que apenas nadie recuerda ya en su Ribadeo, al volver de largo exilio caribeño se percató de una nueva tonalidad cromática de la Ría del Eo.

-No hay nada parecido en el mundo.

El tramo entre Abres y Vegadeo, antes de hermanarse con El Suarón, es también inigualable.

Sin duda tenía razones para expresarse con autoritas.

Algunos reclamaron a Dionisio Gamallo Fierros para apostillar lo que Claudín pontificaba acercándose al borde del agua con cierta perspectiva en determinados días y soles. Para Cunqueiro, "desde remotos siglos, uno de los grandes ocios humanos es contemplar estrellas", Gamallo, los Pérez Prieto y demás buenos ribereños también daban categoría celeste al transcurrir del Eo. La cruel guerra había separado a ambos genios ribadenses que volvieron a unirse en visión personalísima y heterodoxa de su Ría.

Cada cual, a su indómita manera, esperaba, por primavera, el regreso de los delfines.

J. M. Gómez Tabanera me escribió en 2003: "En el Ripalda nos afirmaban que los sacramentos imprimían carácter. Yo solo pienso que el Eo sí lo imprime".

Los domingos Claudín no faltaba en el Puerto de Porcillán; Dionisio, sin embargo, pese a autodenominarse "Varón de Porcillán" en sus tarjetas de visita, era precisamente el único, a la vuelta de su estancia madrileña, que no bajaba del Cantón donde velaba la salida a misa de su madre, momento, marcado por el preciso reloj "lombardero" de Santa María del Campo, antes del excesivo campanilleo pregrabado, en que, lleno de paquetes, remitidos a la alejada estafeta de Castropol, el gran erudito burlaba la orden de la jefa que no quería ni un libro más en el domicilio común.

-¡Ay, Dionisín!... ¡qué desgracia, hijo mío, el día que aprendiste a leer!

Si no coincidían festivos de guardar, sí tenían misma parroquia durante la semana.

Claudio se fue a su tumba de Vilaselán sin revelar para la estampa la auténtica colatura eota; Dionisio dejó, sin embargo, escrito: "Dividir en dos mis cenizas / Una parte vaya a Ti, madre, que aún me brizas"; la otra para la Ría, a cuyo cielo el incrédulo Pérez Prieto llegaría algo antes.

Los versos de Dionisio, legados para cumplir discretamente al anochecer, que en espíritu podían ser de Claudín, concluían: Ya en el regazo de la Ría... siente/ mi nada como el dulce rumoreo / con que crecí en tu vientre.

Mirando la ría, o el reloj dieciochesco de la Iglesia, o aún el brillo del salitre sobre "Los Moreno", se abren sepulturas de la realidad. Sé que Claudín y Dionisio siguen ahí en su panteísmo irredento, en el cernudiano Peñapol, en el inquietante cunqueirano pastoreo de ríos, en la frontera edénica... Es cuestión de ver.

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